viernes, 6 de julio de 2012

El fin de una etapa

Llevo cerca de un mes queriendo escribir esta entrada, cerca de un mes rumiando y reflexionando sobre ella y varios días escribiéndola a trompicones por falta de tiempo.
El 22 de junio pasado, mi hijo mayor terminó el ciclo de Educación Infantil; una semana antes, asistí a su actuación de fin de curso y a su graduación.
De entrada, reconozco que no considero necesaria una ceremonia de graduación para niños tan pequeños, pero admito que cuando oí que le llamaban, le vi subir al escenario acompañado por la música de fondo, recibir su diploma y la enhorabuena de su profesora, no pude contener las lágrimas.
La ceremonia finalizó con un lanzamiento colectivo de babys, a falta de birretes, más música y baile, mientras yo asistia hipnotizada, derramando lágrimas saladas que no consiguieron aliviar esa mezcla de orgullo y tristeza que acompaña cada etapa que finaliza en lo que a mis hijos se refiere.
Estaba pensando en todo aquello cuando sobrevino el último día de colegio: por ser el último día, terminaron al mediodía; nos pidieron que les lleváramos con ropa playera, pues iban a celebrar la "fiesta del verano".
Ese día, durante todo el camino, no conseguí desprenderme de una extraña sensación de dejá-vu; por algún motivo, mi mente seguía reviviendo una y otra vez el primer día de colegio de mi niño, a la vez que me recordaba cuántas cosas habían pasado desde entonces, cuánto habíamos cambiado todos desde aquel primer día.
El día que mi niño inició su etapa escolar, recorría ese mismo camino cogido de mi mano, mientras no paraba de preguntarme a mí misma cómo iría todo. Los comentarios no solicitados que había tenido que escuchar durante tiempo revoloteaban a mi alrededor, como una molesta nube negra que no me abandonaba. Mi hijo no había ido a la guardería y esto, según algunos, era razón suficiente para que su adaptación al colegio fuera horrorosa; me perseguían relatos de niños que habían llorado durante meses y de profesoras que arrancaban a los pequeños de los brazos de sus madres.
En realidad, había pasado buena parte de ese verano intentando preparar psicológicamente a mi niño para el colegio. Juntos habíamos elegido su mochila, una mochila roja y negra de Rayo Mc Queen, la ropa que llevaría el primer día, habíamos jugado al colegio con muñecos y playmobils, le había explicado con la mayor objetividad posible en qué consistía el colegio, qué iba a hacer allí.
Aún así, durante el camino nos enfrascamos, los dos, en nuestros pensamientos. Mi niño entró contento, sin embargo, al ver llorar a muchos de sus compañeros, se asustó. Le había contado que algunos niños lloraban porque tenían miedo, pero mi explicación no le preparó para el impacto emocional de presenciarlo con sus propios ojos.
Me abrazó, nos abrazamos. Entré con él en clase, intenté ayudarle a que se familiarizara con el ambiente. Llegó su profesora y empezó a hablar con él, me pidió que me fuera, me explicó que tenía que confiar en ella, me prometió que no iba a dejarle llorar, que le consolaría y le cogería en brazos lo que hiciera falta.
Me fui de allí viendo como mi niño me seguía con la mirada, mientras unas silenciosas lágrimas acariciaban sus mejillas. Confieso que me fui de allí sintiéndome la peor madre del mundo.
Al abandonar el edificio, una especie de sexto sentido me dijo que todo iba bien, y si bien suelo tener cierta confianza en este tipo de cosas, al mismo tiempo necesitaba una confirmación.
Por la tarde, fui a recogerle con el corazón en un puño, mientras barajaba mentalmente todas las posibilidades así como las posibles soluciones.
Salió contento, me explicó que al principio se había asustado un poco pero que luego se había divertido. Le pregunté si quería volver y me dijo que sí.
Tres años y medio después le esperaba en el mismo lugar en el que le había visto salir el primer día; le vi correr y saltar en el patio, jugar con sus amigos, y cuando me vio vino corriendo hacia mí con una sonrisa en los labios. Me despedí de su profesora, mientras las lágrimas (de las dos) expresaban lo que las palabras no alcanzaban a decir.
Mi hijo emprendió el camino de vuelta llevando a su hermana de la mano, igual que tres años y medio antes yo le había llevado a él. Tenía ganas de reír y llorar a partes iguales. Ya en casa, le pedí que se pusiera el baby por última vez y le saqué una foto, recuerdo agridulce que me demuestra lo mayor que se está haciendo mi hijo y se convertirá para siempre en conmemoración del fin de una etapa.

12 comentarios:

  1. Cerrar una etapa satisfactoriamente, como es el caso, significa atesorar sus primeros recuerdos del colegio, su primera maestra, esa misma que recordará toda la vida.

    Abrir una etapa significa, esperar, imaginar, ver qué nos trae esa etapa de nuevo y de bueno. Conocimientos, amigos, valores....

    Felicidades a E. y ¡adelante!. El mundo es inmenso y la vida bella. ¡A por ello!

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    1. Qué encrucijada... cerrar una etapa a la vez que abres otra significa no saber si mirar hacia atrás o hacia adelante, es querer congelar el tiempo.
      Ains qué mayores se nos hacen!!

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  2. Sí, cielo. A mí me pasó lo mismo. Estamos las dos mano a mano en todas las etapas.
    S. está emocionada con el paso a primaria. Y yo tengo esa sensación que comentas con el añadido que la peque va a comenzar 2º de infantil ya.
    Y parece que fue ayer cuando preguntaba por el proyecto educativo del colegio, por cómo serían las profesoras y cómo reaccionarían las niñas.
    Has explicado muy bien lo que yo sentí ese día. Gracias Kim

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    1. ¿Recuerdas cuando empezamos, nos íbamos dejando posts en DSLL con el nombre de cada una e íbamos dando el "parte del día"? Qué tiempos aquellos...
      Ahora hay veces que me río de mis miedos de entonces, y al mismo tiempo sé que me volverán a asaltar el año que viene, que empieza la peque...
      Besos guapa.

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  3. Kim que bonito lo has descrito. Todavía no hemos pasado por eso. Ya sabes que justo en septiembre nos toca. Ya estoy angustiada pensando en ese primer día. He lorado con las lágrimas silenciosas de tu hijo.
    un beso grande

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    1. Animo para septiembre. Entiendo la angustia y el miedo, yo los pasé y los volveré a pasar ahora que empieza primaria. Sin embargo, por lo menos en nuestro caso, la adaptación fue buenísima, esas lágrimas no se volvieron a repetir. Como dije, a mí se me cayeron unas cuantas cuando terminó, pero de felicidad.
      Besos y ánimos.

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    2. Te dejé un premio en el blog :)
      http://www.lagallinapintadita.com/2012/07/doceavo-premio-osito.html

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    3. Recogido queda ;-)
      Perdón por el retraso, pero ya sabes como van estas cosas...

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  4. La vida pasa volando. Me asusta pensar lo deprisa que crecen. Muchas gracias por compartir esto con nosotras. Lo bueno de cerrar una etapa, aunque asuste, es que abrimos otra...muchísimo ánimo!!!
    Un besote

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    1. Gracias preciosa. He leído en algún sitio que cuando eres madre, empiezas a pedir más años a la vida, no para cumplir tus sueños sino para ver cómo ellos logran cumplir los suyos.
      A veces me asusta, y me da vértigo, pero al mismo tiempo no me lo perdería por nada en el mundo. Besos.

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  5. Qué bonita entrada guapa!! has descrito lo que yo sentí al final del curso pasado cuando mi hija mayor terminó infantil (aunque nosotras no fuimos a la graduación porque a mi niña le parecía un aburrimiento jaja).
    Tu niño se hace mayor y tú lo ves crecer orgullosa de lo maravilloso que es...
    ¡felicidades a los dos por esta etapa terminada!
    Un beso

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    1. ¡Gracias preciosa! Menos mal que no soy la única que se ha sentido así jeje...
      Besos.

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