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martes, 2 de octubre de 2012

Ya era hora, Dr. Estivill


Dicen las malas lenguas que Estivill se ha retractado, igual que lo hizo Ferber hace unos años; en mi opinión, no es exactamente así: retractarse significa admitir abiertamente haberse equivocado y asumir las consecuencias de los errores cometidos. Lo que ha hecho el Dr. Estivill en esta ocasión es lo mismo que acostumbra a hacer desde hace tiempo: tergiversar la realidad cuando una pregunta le resulta incómoda.
El que sigue es un extracto procedente de una entrevista concedida al periódico El País, que se puede consultar íntegramente a través de este enlace y cuyo único objetivo parece ser el de promocionar su último libro (cada respuesta finaliza con la coletilla "En nuestro libro ¡A dormir! encontrará más información al respecto"):
Imagen: cortesía de Dormir sin llorar
He leido el libro "Duérmete niño", y tengo la duda de a qué edad se debe empezar a aplicar el método que propone. En un recién nacido con lactancia materna a demanda, ¿cómo es posible conjugarla con el método?
Recientemente hemos publicado el libro 'A dormir', que es la actualización de los conocimientos sobre el sueño de los niños. En él, explicamos unas normas para enseñar a dormir a los niños correctamente respetando la lactancia materna, de hecho los estudios científicos que hemos publicado en la revista española de pediatría han sido realizados en niños con lactancia materna a demanda. En el cerebro de los niños existe un grupo de células que es nuestro reloj biológico. Es el que nos indica que hemos de dormir de noche y estar despiertos de día. Como otras estructuras del cerebro de los niños, este reloj biológico es inmaduro al nacer. Por esto los niños duermen a trocitos y no pueden dormir de un tirón las horas nocturnas hasta los seis meses de edad. Las normas que explicábamos en 'Duermete niño' eran para los niños a partir de los tres años que tenían el denominado 'insomnio infantil por hábitos incorrectos'. Estas normas no pueden ser aplicadas en los niños más pequeños por esta inmadurez de su reloj biológico. Hay que realizar otras rutinas respetando la lactancia materna a demanda para ir enseñando a este reloj biológico a sincronizarse con el medio ambiente y así llegar de seis meses con un sueño nocturno adecuado de unas once horas y tres siestas diurnas: una después del desayuno, una después de la comida y una después de la merienda. En nuestro libro 'A dormir' explicamos estos nuevos conocimientos científicos y damos las pautas adecuadas para que el niño, siguiendo la lactancia a demanda, pueda ir estructurando adecuadamente su sueño.

Ante tan asombrosa declaración, solo se me ocurren dos posibilidades: la primera, que el Dr. Estivill esté mintiendo descaradamente; la segunda, que me falle estrépitosamente la comprensión lectora (a mí y posiblemente a un montón de lectores más). Tenía entendido que en el Duérmete niño, a los niños de tres años con el denominado (o inventado, ya que por lo que sé, ni en el DSM-IV ni en ninguna otra publicación digna de tal nombre se recoge tal enfermedad) "insomnio infantil por hábitos incorrectos" había que ponerles una valla en la puerta de la habitación para que no pudieran salir ("¡Da igual si se levanta, como si se quiere quedar dormido en el suelo!" escribe el Dr. Estivill a este respecto, haciendo gala de la empatía que siempre le ha distinguido). A los que había que dejar llorar era a los bebés a partir del 6º mes, e incluso antes, véase: "Desde el tercer mes, no os levantéis a cogerlo ante el primer gemido".
El libro no explica a partir de qué número de gemido está permitido cogerle (si es que lo está), y tampoco qué se debería hacer en caso de que los gemidos se conviertan en llanto.
Por otra parte, confieso que el método Estivill nunca me ha convencido. Siempre he pensado que si había que buscar una solución a los problemas de sueño debía ser una solución conjunta, junto con el bebé, no contra él, porque no se puede basar la felicidad de uno en la infelicidad de otro.
Sin embargo, conozco a muchos padres (cuya comprensión lectora debe ser tan escasa como la mía) que se lo han creído, que han dejado llorar a sus bebés, han limpiado el vómito "sulfurándose por dentro" como recomienda el libro, y ahora descubren que todo eso no ha servido de nada, porque resulta que el patrón de sueño de sus hijos se debía a una inmadurez de su reloj biológico y no a unos supuestos hábitos incorrectos.
Me pregunto qué les dirá el Dr. Estivill a esos padres: si admitirá haberse equivocado, les ofrecerá una indemnización (debería ofrecérsela a sus hijos, más bien) o simplemente les dirá que son tontos y no saben leer.

Incluso si seguimos esta última hipótesis y damos por sentado que millones de padres somos incapaces de procesar lo que leemos (cosa que no es cierta, pues el infame Duérmete niño deja claro en un sinfín de ocasiones que hay que ignorar voluntariamente al bebé por mucho que llore, y recalco que estamos hablando de bebés a partir de los 6 meses), cabría esperar que su nuevo libro ¡A dormir! ofreciera un enfoque algo más empático y respetuoso.
Nada más lejos de la realidad, pues el nuevo libro ofrece también pautas para los recién nacidos, circunstancia que en el anterior no se daba. Según las nuevas instrucciones, al recién nacido se le debe acostar en su cuna y en su habitación desde el primer día de vida; tampoco se le debe atender con prontitud por lo visto: ya que los recién nacidos tienen la mala costumbre de lloriquear (textual) por la noche, el Dr. Estivill recomienda deshacerse de los intercomunicadores, para poder dormir bien (los padres, el bebé no importa). También hace hincapié en que se le debe acostar despierto para que pueda conciliar el sueño por si solo (está prohibido cogerle, pero tampoco explica qué hay que hacer si no lo consigue).
Asimismo, el concepto que tiene el Dr. Estivill de la lactancia a demanda resulta cuanto menos curioso: para empezar, si un bebé de 6 meses debe dormir 11 horas seguidas por la noche y tres siestas al día, apenas le queda tiempo para mamar; en segundo lugar, ofrece una interesante explicación del reflejo de succión, y a continuación advierte que muchos padres primerizos cometen el grave error de confundirlo con una señal de hambre, lo cual puede llevar a sobrealimentar al bebé o a darle de comer a deshoras, cargándose así de un plumazo el concepto de demanda, la producción de leche de la madre y la lactancia materna, por ese orden.

Los libros que ofrecen esta visión de la puericultura, que suprimen la parte más agradable de la maternidad y fomentan el desapego desde el minuto 1, a menudo consiguen alejar emocionalmente a la madre del bebé, divorciarla de su instinto, volviéndola tan vulnerable que preferirá seguir comprando libros o pedir consejo al experto de turno en vez escucharse a sí misma y a su bebé.
Por supuesto, no pretendo decirle a nadie cómo debe vivir su maternidad. Cada cual es libre de hacerse la pregunta y buscar la respuesta que considere más satisfactoria.
Personalmente, considero que la maternidad no es una obligación y ni siquiera un derecho, sino un privilegio, y como tal deberíamos vivirla en su plenitud, disfrutando de todos los dones que nos ofrece.
Admito que nunca me he sentido especialmente realizada al cambiar un pañal o al quitar restos de comida de un babero; sin embargo, cuando he tenido a un bebé dormido en mis brazos, o en mi regazo, cuando le he olido el pelo mientras le daba besos en la cabecita, cuando he visto su barriguita moverse apaciblemente al ritmo de su respiración es cuando he sentido la MATERNIDAD con mayúsculas fluir por mis venas.

En esta ocasión, la declaración del Dr. Estivill no me parece insultante como habitualmente, porque prefiero leer entre líneas y quedarme con el mensaje positivo que contiene: gracias a estas palabras, el mundo creado por el Dr. Estivill se ha derrumbado como un castillo de naipes.
Dice que las normas del Duérmete niño son aplicables únicamente a mayores de tres años que sufren una enfermedad inexistente, y eso equivale a admitir que jamás se debería dejar llorar a un bebé.
Reconoce por fin que los supuestos problemas de sueño en bebés se deben a la inmadurez de su reloj biológico y no a la falta de firmeza de sus padres. Ya no ve un trastorno donde no lo hay, ni ofrece soluciones para problemas que él mismo crea.
Pasa por alto el hecho de que forzar la maduración del reloj biológico inevitablemente trae problemas y deja secuelas, pero creo que es evidente, y si no lo ve así, solo tiene que echar un vistazo a los numerosos estudios que se han realizado sobre el tema.
Ya era hora, Dr. Estivill: por desgracia, demasiado tarde para muchos niños, pero quizás todavía a tiempo para muchos otros.
Bienvenidos a la nueva era.

viernes, 27 de abril de 2012

Enseñar a dormir

Cuando estaba embarazada de mi hijo mayor, una amiga me prestó un famoso libro que pretende "enseñar a dormir" a los niños. Creo que no hace falta aclarar de qué libro se trata, ya que no necesita (ni merece) más publicidad de la que ya se le está haciendo.
Lo leí, e incluso en ese momento, meses antes de que se me cayera la venda de los ojos, lo encontré extremadamente cruel: no solo por el hecho de recomendar dejar llorar a un bebé, que ya de por si es bastante malo, sino por el desprecio con el que trata en todo momento las necesidades del niño.
Lo he vuelto a leer recientemente, después de un debate (un poco acalorado) con una conocida que afirmaba que a lo mejor me había fallado la comprensión lectora, pues según ella el libro no recomienda dejar llorar a los niños, y tampoco desprecia sus necesidades. He podido comprobar de nuevo que no solo recomienda dejar llorar a los bebés, también aconseja que se les deje chillar, gritar, vomitar y pedir ayuda de todas las maneras posibles sin inmutarse; en cuanto al segundo punto, ese desprecio que según mi conocida solo existe en mi imaginación, pues qué queréis que os diga: un libro que sugiere, entre otras lindezas, poner una valla en la habitación de un niño mayorcito para que no pueda salir, y que dice textualmente que da igual que se quede dormido en el suelo, no me parece precisamente un dechado de empatía y respeto.
Lo que más me enerva es que los consejos de este tipo abundan, no solo en ese libro, sino en boca de familiares, amigos, conocidos y hasta profesionales de la salud, en los consultorios de las revistas, en los folletos que se reparten en casi cualquier sitio que tenga relación con el mundo infantil.
A decir verdad, existe otra corriente, una corriente minoritaria pero más sensata y humana, que defiende la teoría de que el sueño es un proceso evolutivo, que a dormir no se enseña ni se aprende, que estos métodos no son científicos como nos quieren hacer creer ni mucho menos inocuos.
A veces pienso en cómo dormían, cómo duermen mis hijos y sonrío. Teóricamente, ambos habrían sido carne de cañón para ser adiestrados, perdón, reeducados, para utilizar la misma expresión que emplea el autor del libro, pero mi sentido ético, mi corazón y mi amor de madre me impiden reeducarles como si fueran presos en una cárcel, encerrarlos en la soledad de sus dormitorios y tirar la llave de sus corazones.
En la actualidad, mi hijo mayor puede conciliar el sueño solo, duerme en su cama y en su habitación, no se despierta por las noches y no nos llama, a su padre o a mí, a no ser que se trate de una emergencia. Nuestro ritual nocturno consiste en contarle un cuento y darle un beso de buenas noches. No nos quedamos a hacerle compañía hasta que se queda dormido porque él nos ha pedido que dejemos de hacerlo, al igual que ha decidido por si mismo dar cada uno de esos pasos hacia la independencia.
A pesar de no haber sido reeducado, no muestra ninguna de las temibles secuelas que, según el autor del libro, presentan los niños que duermen "mal": a lo mejor se ha educado solo, pero he llegado a la conclusión de que, a pesar de todo, le he enseñado a dormir.
Le enseñé a dormir cogiéndole en brazos las veces que lo necesitó, paseándole a pesar del dolor de espalda, contándole un cuento tras otro, haciéndole mimos, dando caza a los monstruos y fantasmas que podían estar al acecho en la oscuridad del dormitorio, haciendo hechizos para espantar las pesadillas, contestando preguntas, repasando el día, abrazándole y respirando el olor de su pelo mientras cerraba los ojos. He conseguido que vea en el momento de ir a la cama algo placentero, relajante, natural y hasta divertido, no un delirio constante de ansiedad y llanto no atendido.
Todavía tengo que terminar de "enseñar" a la peque, sé que con el tiempo lo lograré, aunque de momento le quedan unas lecciones por aprender. Por ahora, me conformo con que se duerma mamando, protegida por el calor de la cama y la fuerza de mi amor. Sé que llegará el día en que no querrá dormirse asi, pero no tengo ninguna prisa, y sobre todo, no tengo el más mínimo interés en forzar la máquina para adelantar acontecimientos. Si esto es enseñar a dormir, no quiero perderme ni una sola clase.

jueves, 6 de octubre de 2011

Pediatría sin sentido

Yo también lo he leído. Entero no, por supuesto (comprarlo sería una forma bastante absurda de perder tiempo y dinero), pero no he podido resistir la tentación de hojear las primeras 40 páginas, que están disponibles de forma gratuita en internet.
El blog Reeducando a mamá ha publicado un excelente artículo sobre el (escaso) sentido común de algunos pediatras al que podéis acceder desde aquí.
Por mi parte, tengo claro que carezco del sentido común al que apelan los autores del libro, así que, a falta de sentido común, he tratado de recurrir al sentido del humor e intentar leerlo en clave cómica, pero sin éxito: si bien algunos pasajes podrían ser desternillantes leídos en voz alta por algún monologuista del Club de la comedia, los consejos del libro van en serio, muy en serio.
Por tanto, viendo que me falta sentido común y también sentido del humor, no me ha quedado más remedio que intentar leerlo con calma para que no me hierva la sangre.
Para empezar, el estilo utilizado es una mezcla de campechano, simpático y graciosete, similar al del Duérmete niño y demás despropósitos de uno de los coautores. Sin embargo, bajo esa pátina de amabilidad y de corrección política se esconde el mismo refrito de topicazos adultocéntricos al que nos tienen acostumbrados: nos dicen que el contacto físico es muy importante para establecer un buen vínculo con el bebé y a continuación nos alerta sobre los peligros de dormirle en brazos, nos hablan de las etapas del sueño infantil para después decirnos que si un recién nacido se despierta, los padres no deben intervenir sino esperar a que vuelva a coger el sueño por si solo (en otras palabras, hay que dejarle llorar hasta que se harte), nos explican las ventajas de la lactancia materna pero añaden que el biberón es una opción igual de válida si la madre no quiere o no puede dar el pecho. (De hecho, dan a entender que algunas "no pueden" por una especie de castigo divino, puesto que ni siquiera mencionan los problemas más frecuentes ni la existencia de grupos de apoyo que pueden ayudar a solucionarlos).
La frase que más me chirría, debido a mi experiencia personal, es "la mamá debe seguir las normas de la lactancia materna a demanda o biberón, según su deseo y las recomendaciones de su pediatra", sobre todo porque no explica qué debería hacer la mamá cuando su deseo no coincide con las recomendaciones de su pediatra. Lo digo porque tuve un pediatra que estaba claramente en contra de la lactancia, a juzgar por algunas de sus frases ("si la niña no engorda un mínimo de 200 gramos a la semana, vamos a destetarla y darle biberones", "las asesoras de lactancia creen que lo único bueno es la leche materna, cuando existen muchas otras buenas opciones", "si la niña regurgita, con el pecho no va a mejorar, pero si le dieras biberón te puedo mandar una leche específica", y la gota que colmó el vaso, cuando mi hija tenía 4 meses y después de haber engordado 800 gramos en el último mes: "tenía que haber engordado más, así que vamos a darle cereales en todas las tomas"). Por tanto, a falta de sentido común, y de sentido del humor, decidí cambiar de pediatra, y afortunadamente la actual es más afín a mi manera de ver las cosas.
Después de este inciso, otra cosa que me llama la atención es que, al tratarse de un libro que teóricamente habla de pediatría, a juzgar por el índice, solo 142 de las 487 páginas están dedicadas a enfermedades y accidentes varios, que a mi entender entran dentro de las competencias del pediatra. Las 345 restantes hablan de los temas más variados, cómo se cambia un pañal, cómo elegir un buen colegio, cómo es el sueño, la socialización y (como no) la disciplina. Los hay que tienen mucho sentido común, pero poco sentido del ridículo.
En resumen, lo que he leído parece una recopilación de consejos de la suegra (escritos de forma elegante, eso sí), con algunos guiños a la corrección política para quedar bien con todos los bandos, y totalmente contraindicado para estómagos sensibles. Y solo he leído 40 páginas, pero a mi modo de ver suficientes para querer cambiarle el título de Pediatría con sentido común... a Pediatría sin sentido.