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miércoles, 20 de mayo de 2015

Consejos para dormir a un bebé


La imagen que aparece a la izquierda de este texto forma parte de una serie de "recomendaciones" que un centro de salud entrega a las mamás que acuden con sus bebés a la revisión de los 4 meses. No es mía, ha llegado a mí a través de las redes sociales.
Hay tantas cosas que me enfadan que ni siquiera sé por cuál empezar. Me molesta el tono alarmista ("si no lo has hecho ya, es el momento"), me disgusta la rigidez ("el niño debe asociar el sueño con unas rutinas"), me enfurece el cinismo final ("si el niño llora, déjale cada vez más tiempo hasta que vayas a consolarlo"). Lo peor quizás es que estas recomendaciones (entiéndase como eufemismo) provienen de un centro de salud, es decir de un equipo médico que técnicamente se encarga de velar por la salud de los bebés.
Vaya por delante que no tengo absolutamente nada en contra de los pediatras. Es más, la mayoría de los que he conocido destacan por su profesionalidad y empatía. Sin ir más lejos, ni a mi pediatra actual ni a la enfermera se les ha ocurrido jamás decirme cómo, dónde o con quién tenían que dormir mis hijos; se han limitado a recalcar que los despertares son normales, que no hay que preocuparse y que si el bebé se despierta llorando, es importante tratar de descubrir la causa. Pero en tantos años de andadura por el foro de Dormir sin llorar he podido leer unos cuantos disparates que no me han dejado indiferente: el más curioso, uno que "recetó" un exorcismo o una limpieza espiritual para tratar los terrores nocturnos; más frecuentes, los que recomiendan destetar para que duerma mejor, sacar al bebé de la cama o dejarle llorar. En otras palabras, el panfleto que decora mi entrada de hoy no parece ser un caso aislado.
Me da rabia, porque seguramente esas mamás ya habrán oído alguna recomendación similar: muchas personas que han criado hijos hace algunas décadas tienden a dar consejos en esa línea. Sin embargo, el hecho que lo recomienden en un centro de salud, que lo diga un médico, que lleva bata blanca, ha estudiado y por tanto, sabe, lo hace más grave todavía. Opino que lo que diga el médico en temas de salud va a misa; ahora, si habla de crianza, su opinión tiene la misma validez que si me hablara de política o de cocina: es decir ninguna, o mucha, en función de lo mucho o poco que se ajuste a mi propio enfoque.
Admito que ese folleto no dice nada que no se oiga o lea por doquier; también soy consciente de que quien esté determinado a dejar llorar a su bebé lo hará, sin tener en cuenta las recomendaciones en contra; quien no quiera dejarle llorar no lo hará, sin importarles lo que ponga esa hoja o cualquier otra. Sin embargo, entre ambas posturas existe una inmensa zona gris, formada por padres que dudan, que no quieren hacerlo pero no saben si así se equivocan, o que sienten la tentación de probar pero no saben qué consecuencias pueda tener: ellos (y sus bebés) son las verdaderas víctimas de esas teorías, porque a veces unas recomendaciones tan contundentes, sin bibliografía ni ciencia que sirva de soporte, pero pronunciadas con la seguridad y la firmeza de los que saben, pueden borrar de un plumazo las resistencias y los intentos de buscar soluciones que sean del agrado de toda la familia.
Desde que lo vimos, en Dormir sin llorar empezamos a darle forma a la idea de crear nuestra propia versión. No somos expertas, no somos médicos ni profesionales, ni científicas ni académicas, no somos nada más que madres; al mismo tiempo, no somos nada menos que madres, y puede que por ello entendamos mejor que nadie los quebraderos de cabeza que sufren muchas mamás primerizas, la sensación de soledad y de indefensión.
No nos gustan los métodos, ni los gurús del sueño que proliferan como setas, ni las recetas rígidas de obligado cumplimiento. Cada niño es un mundo, cada familia debe encontrar su propio camino hacia la felicidad, no existen fórmulas mágicas; sin embargo, existen pautas que pueden tranquilizar, que pueden ayudar a dar un pequeño paso hasta la solución. Existen manos que guían y voces que consuelan.
Así que no hay método, no hay truco. La ciencia de Dormir sin llorar equivale a conectar con el bebé, tratar de entender sus necesidades y adelantarse a ellas en la medida de lo posible. Implica olvidarse de las horas que faltan para levantarse, centrarse en el momento presente y no en la lavadora sin poner. Significa abrazar, besar, mimar, querer, alimentar, hablar, escuchar, cantar, contar, esperar, compartir, soñar.
Para quitar el mal sabor de boca que deja la hojita del centro de salud, un regalo: otra serie de recomendaciones para dormir bebés, esta vez las nuestras. Lo podéis difundir, descargar, imprimir, regalar a la suegra, al frutero, a la mamá del parque o a quien opine sin venir a cuento, y como no, entregar en la próxima revisión si en algún momento os dicen que habrá que dejarle llorar.

martes, 29 de enero de 2013

Malas madres (y desatinos de la corrección política)

En realidad es un tema que traté de pasada cuando escribí la entrada titulada El club de las madres-verdugo, pero dada la importancia que le atribuyo, creo que se merece su propio espacio.
Para dejar claro de qué estoy hablando, voy a sacar la artillería pesada desde el principio: digamos que si en ocasión de una comida familiar, o en una reunión entre amigas, o en un blog, foro o artículo de periódico a alguien se le ocurre decir que el método Estivill es cruel e innecesario, que la lactancia materna es mejor que la artificial o que los azotes no sirven para educar, por poner unos cuantos ejemplos, es más que probable que se levante alguna que otra voz indignada a proclamar pues yo he dejado llorar a mis hijos / les he dado biberón / les doy una torta cuando se portan mal y no soy peor madre por ello. Es una frase que pone de manifiesto la facilidad con la que algunas personas se sienten atacadas o insultadas cuando en realidad nadie las está cuestionando, lo que se está poniendo en tela de juicio son sendas actitudes que por desgracia se han convertido en moneda corriente.
Imagen: Destination
www.freedigitalphotos.net
Vaya por delante que el debate buena madre vs. mala madre me parece una rematada estupidez, porque nos aleja del que debería ser el objetivo, es decir revisar nuestra forma de actuar y tratar de cambiarla allí donde sea mejorable, para enzarzarnos en un debate estéril que suele acabar como el rosario de la aurora. Personalmente, me da igual ser considerada mejor o peor madre que mi cuñada o la vecina del quinto, lo que realmente me interesa es ser la mejor madre posible para mis hijos, que al final son quienes tienen que sufrir las consecuencias de mis errores. Por extensión, creo que si lo que realmente nos interesa es defender el bienestar de todos los niños, deberíamos dejar de lado las discusiones de patio de colegio, las comparaciones absurdas y tratar de llegar más allá de las apariencias.
Por este motivo, me parece un enfoque bastante reduccionista y simplón el tratar de reconducir cualquier barbaridad a mera opción educativa; de hecho, todos los debates políticamente correctos que se precien incorporan por lo menos uno de los siguientes dogmas de fe (que aprovecho para cuestionar abiertamente):

Cada niño es diferente: en realidad estoy de acuerdo con esta frase en función de lo que se pretenda dar a entender. Por supuesto que cada niño es diferente, al igual que lo somos los adultos, el entorno y la educación recibida puede "moldear" nuestra personalidad de distintas maneras, pero la esencia la traemos de serie, por decirlo de algún modo. En lo que a niños se refiere, en la lotería de la vida nos puede tocar un hijo que nos parezca fácil de criar o viceversa, una personita con un carácter muy fuerte que nos suponga un reto en muchos aspectos: a nivel práctico, eso significa que hay niños que duermen fatal, otros que se niegan a comer, los hay que tienen unas rabietas de espanto o que parecen ser desobedientes por naturaleza. Nadie ha dicho que esto fuera fácil.
Sin embargo, me rechina la frasecita cuando se emplea para defender lo indefendible, para justificar que se deje llorar al que no duerme, que se fuerce al que no come, se ignore al que tiene rabietas o se azote al que no obedece. Todos somos diferentes, pero lo que tenemos en común es nuestra condición de seres humanos, el derecho a ser tratados con dignidad y respeto y la obligación de tratar a los demás del mismo modo.
Educar no significa decir nunca que no o ceder por miedo a disgustar al niño, pero tampoco meter el miedo en el cuerpo. Considero que la educación es un trabajo a larguísimo plazo, y en muchas ocasiones lo que sembramos hoy lo recogeremos dentro de muchos años: tarde o temprano, los niños acabarán por pagarnos con la misma moneda, a nosotros y al resto de la sociedad.

Cada uno educa como quiere (o todos los padres quieren lo mejor para sus hijos): creo que habría que tener claro que no se le debería hacer a un niño lo que no le haríamos a un adulto; dentro de esos límites, cada persona, cada familia es muy libre de escoger el camino que más le guste o que más se adapte a su situación, sus circunstancias y su forma de ver la vida.
En las famosas discusiones políticamente (in)correctas a menudo se tiende a mezclar churras con merinas, a confundir no dejar llorar con permitir que el niño meta los dedos en el enchufe, a identificar permisivismo con pasotismo y a decidir si es peor no dar el pecho o darle al niño bollería industrial.
Técnicamente, todos queremos lo mejor para nuestros hijos, pero en muchos casos también se pretende que la llegada de un bebé no nos cambie la vida, que nos permita dormir y salir como lo hacíamos antes.
Repito que odio esa expresión, no se me ocurriría llamar mala madre (o mal padre) a quien perjudique a su bebé de forma intencionada para anteponer su propio bienestar y comodidad; pero creo que tengo todo el derecho a defender mi opinión, a dejar claro que para mí esa persona está muy equivocada, está metiendo la pata hasta el fondo y posiblemente el día de mañana se arrepienta. Tengo derecho a decir lo que pienso sin que se me tache de exagerada, talibana o fanática (improperios que se oyen y leen a menudo en el "bando contrario", aunque eso sí, escupidos con el máximo respeto).

Todos cometemos errores: por supuesto que sí, pero flaco favor nos haremos si nos limitamos a justificarlos. El primer paso para enmendar un error es reconocerlo, si lo disfrazamos o lo redefinimos con palabras bonitas lo que estamos haciendo es normalizarlo, restarle importancia y allanarnos el camino para volverlo a cometer. Lo valiente no es no equivocarse, es saber pedir perdón y sobre todo rectificar cuando eso ocurre.
Existen muchos motivos para hacer daño, se puede herir a alguien por maldad, egoísmo o dejadez, y también podemos hacerlo sin mala intención, por ignorancia o por habernos dejado llevar por un mal consejo; sin embargo, lo segundo no debería impedirnos asumir las consecuencias de nuestros actos. Un niño no sabe si su madre o su padre le ha dado un azote porque quiere que sufra, porque ha tenido un mal día y lo está pagando con él o porque cree que es una forma efectiva de resolver un conflicto; sea cual sea la razón, ese azote le va a doler igual (por si no se me entiende, me refiero al daño emocional que causa una agresión física cometida por una persona que debería cuidarte y protegerte, así que no me vale el  no hace daño si se les da flojito).

Todas las posturas son respetables: ni hablar. Simplemente no es igual de respetable atender a un niño que se despierta por la noche que dejarle llorar, no es igual dar el pecho que el biberón (a este respecto, quiero matizar que me refiero más bien a negarse a dar el pecho, no a intentarlo y no conseguirlo por el motivo que sea), no es igual dialogar con un niño que soltarle un guantazo, no es igual quedarte con tu bebé que dejarle al cuidado de familiares para irte de viaje de pareja y un largo etcétera.
Mientras sea legal, cada cual es muy libre de adoptar la postura que le dé la real gana, pero por favor, que no me digan que da lo mismo una cosa que la otra. Tengamos claro lo que es el respeto: respetar significa  no hacerle a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros, no es quedarse callado ante una injusticia para no ofender al que la comete.
Faltar el respeto es insultar o descalificar a una persona, se lo merezca o no; decir una verdad que escuece, o explicar que la postura contraria está cientifícamente demostrada no es necesariamente irrespetuoso (aunque posiblemente dañino para el ego de quien lo escucha), y rasgarse las vestiduras al grito de no soy mala madre por ello me parece una reacción sumamente infantil y desproporcionada: resulta que el que más ofendido se siente es precisamente el que menos razones tiene para sentirse así.
Las posturas reñidas con el respeto simplemente no son respetables, así de claro.

Los extremos no son buenos: depende. En algunas cosas no valen las medias tintas, y en los ejemplos que vengo arrastrando a lo largo de toda la entrada, un término medio es imposible de alcanzar al tratarse de posturas irreconciliables: o respetamos al niño o no le respetamos, en el mismo instante en que condicionamos este respeto a las circunstancias (le atendemos pero solo en horario laboral, le cogemos en brazos pero solo cuando nos apetezca a nosotros, solo le pegamos cuando lo demás no funciona) se lo estamos faltando.
El término medio no siempre es lo más sensato y saludable, personalmente pienso que cuando está en juego la dignidad de una persona, tenga la edad que tenga, más vale irse al extremo. Lo contrario, equivaldría a decir que entre no ser racista y unirse a una célula del Ku Klux Klan hay que buscar un término medio, por ejemplo ser racista pero solo con determinadas etnias.
Visto así, queda claro, pero si lo trasladamos a la infancia ya se desdibuja todo en favor de las diferentes opciones educativas para buscar una escala de grises donde solo existen el blanco y el negro.

En conclusión, no pretendo convencer ni evangelizar a nadie, me limito a dar mi opinión (igual de discutible y prescindible que cualquier otra) desde mi madriguera virtual. Soy consciente de que mi voz no tiene el poder de cambiar nada, pero mi voz unida a otras puede formar un coro o un multitudinario grito de protesta capaz de cambiar el mundo.

jueves, 6 de diciembre de 2012

El club de las madres-verdugo

He llegado a este blog a través de un enlace que encontré en un grupo de Facebook en el que participo. Confieso que me costó un poco desprenderme de los prejuicios, por el simple hecho de que el nombre del mismo (Duérmete mamá) me chirriaba bastante, al recordarme peligrosamente el título de un libro que pretende "enseñar a dormir a los niños" dejándoles llorar hasta la extenuación en una habitación a oscuras.
He leído alguna entrada, aquí y allá, y he llegado a la conclusión de que se trata de un blog de maternidad que defiende unas ideas que personalmente no comparto; obviamente, cada cual es muy libre de escribir en su blog lo que le da la real gana, faltaría más. No me ha sorprendido ni para bien ni para mal, pues parece resumir lo que hoy en día se considera políticamente correcto.
En cambio, lo que sí me ha sorprendido (y muy desfavorablemente, por cierto) ha sido la mayoría de los comentarios respondiendo a todas y cada una de las entradas que he leído. Si bien no me encuentro de acuerdo con muchas de las entradas, debo decir que las mamás que las redactan lo hacen de manera bastante educada y contenida. Sin embargo, muchas de las madres que comentan (y dicho sea de paso, piden a grito respeto para su postura, sea cual sea) se permiten el lujo de insultar abiertamente a las que opinan de forma diferente, amén de recurrir a una serie de burradas sin pies ni cabeza para intentar sostener un argumento del que claramente carecen. En los comentarios se encuentran por doquier esos simpáticos calificativos tipo "ecomadre" o "madre-vaca", acuñados evidentemente por alguien que ni se ha tomado la molestia de analizar la corriente sobre la que iba a escribir, o medias verdades del tipo "a mí me han criado a biberón y estoy perfectamente", "el colecho es peligroso porque hay niños que mueren aplastados" o "esto es una secta que se está poniendo de moda".
Admito que no me gustan las etiquetas y detesto ser encasillada, pero tras ver la rabia, la inquina, la hiel, el rencor y en ocasiones hasta el odio que destilan algunas opiniones, no he podido resistirme a rebautizar alguna de sus autoras como "madres-verdugo".
Vaya por delante que no me considero "seguidora de la crianza natural" en el sentido estricto: digamos que me siento más afín a este tipo de crianza que a cualquier otra, porque el respeto al niño y a sus etapas me parece algo básico y fundamental; ahora, considero que tengo derecho a labrarme mi parcela dentro de ese marco de respeto, adoptar lo que me parece más adecuado y prescindir de lo que no me convence.
Sin embargo, intento en la medida de lo posible tomar decisiones razonadas, informarme de las ventajas y desventajas de cada postura y adoptar la que mejor se ajuste a mi forma de pensar y de entender la maternidad (y también guiarme por mi instinto, faltaría más).
Las entradas más indignantes del mencionado blog son, a mi entender, las que tratan el tema de la lactancia. Reconozco ser radical, fundamentalista y hasta talibana de la teta al respecto, pero considero que en muchos casos habría que informarse antes de opinar.
Mi cruzada particular se reduce a pedir que los profesionales sanitarios se informen antes de recomendar biberones de apoyo cuando no son necesarios, y a quejarme por las opiniones no solicitadas y los comentarios jocosos que me toca escuchar de vez en cuando (dicho sea de paso, me gustaría saber dónde viven las mamás que se sienten cuestionadas y presionadas por su decisión de no dar el pecho, porque en mi entorno te suelen cuestionar justo por lo contrario).
Estoy de acuerdo con ellas hasta cierto punto, porque sinceramente duele que la gente emita juicios de valor sin conocer tu historia, pero tengo que decir que, tras años de frecuentación de foros de crianza con apego, blogs afines y demás publicaciones "sectarias" no he visto que la corriente mayoritaria se dedique a llamar malas madres (expresión ampliamente utilizada por aquellas que optan por la lactancia artificial) a las que dan el biberón por el motivo que sea. De todo habrá, pero hasta donde yo he podido ver, las madres que defienden la lactancia suelen hablar de su propia experiencia, defender su punto de vista, y difundir información (demostrada científicamente) acerca de los beneficios de dar el pecho, apoyar a quiénes quieren darlo pero se encuentran con dificultades y proponer argumentos a favor para quienes estén dudando.
En cambio, la principal defensa de quienes se sitúan (la mayoría de las veces por decisión propia) en el bando contrario, suele ser la de atacar, insultar y descalificar a las que hacen las cosas de otra manera. He tenido que leer, en uno de los comentarios del mencionado blog, que las madres que dan el pecho a niños de tres años son unas enfermas mentales. En calidad de progenitora condenada al manicomio (pues no hemos llegado todavía a los tres años, pero esa es la intención) me he dado por aludida, me he picado y me he puesto a escribir esta entrada, para vapulear verbalmente a ciertas ideas, a mi modo de ver, bastante poco respetables.
Para empezar, me hace cierta gracia que las personas que defienden el biberón por elección lo hagan enarbolando la bandera de la libertad individual, como si las que damos el pecho lo hiciéramos por obligación. Lógicamente, no se puede forzar a una madre a dar el pecho si no quiere hacerlo, pero considero que antes de tomar una decisión hay que sopesar los pros y contras, y hay que hacerlo en base a información actualizada y fiable, y no siguiendo tópicos viejos de décadas.
Quien no quiera dar el pecho, que no lo dé; quien no quiera informarse, que no lo haga; quien prefiera cerrar los ojos ante las ventajas (demostradas) de la lactancia materna y repetir mecánicamente que es muy importante que la madre se sienta cómoda o liberada, es muy libre de actuar como mejor le parezca, pero que luego no pongan en la picota a quienes hemos elegido otro camino, por convicción propia y no por moda. Simplemente, porque no es igual dar el pecho que no hacerlo, atender a un bebé que dejarle llorar, estar con él que dejarle al cuidado de terceros para realizarse trabajando o haciendo vida de pareja y un sinfín de ejemplos similares. No se trata de hacer un ranking de la mejor madre a la peor, ni de concursar para ganar la medalla de madre del año: en mi caso, se trata simplemente de hacer lo que creo que es mejor para mis hijos, y por extensión para mí, de ser fiel a mis principios y de no permitir que me aconsejen en contra de lo que siento.
Pienso que mis opiniones personales son igual de discutibles que las del resto de la humanidad, pero las defiendo con pasión porque he llegado a ellas después de sopesar también las alternativas.
Personalmente, no me siento amenazada por las madres que dan biberón desde el primer día, las que mandan a los niños a la guardería para que socialicen ni por las que aplican el método Estivill (en este último caso, me dan mucha pena los bebés, pero no percibo a las madres como un peligro para mis creencias). En cambio, he notado que muchas exponentes del bando contrario suelen ponerse a la defensiva, ofrecer explicaciones que nadie les ha pedido y lanzarse de cabeza a criticar a quienes no opinan igual.
Me atrevo a decir que en mi vida le he preguntado a una madre si da el pecho o el biberón, si está a favor de las guarderías, de la escolarización o de la educación en casa, si su hijo duerme con ella o en una habitación aparte; no lo pregunto porque me parece una falta de educación y una intromisión injustificada en la vida privada del personal. Ahora, si me lo cuentan y me piden opinión, me considero con derecho a decir lo que pienso sin que se me lancen a la yugular por no hacer lo que se considera políticamente correcto hoy en día.
A veces nos sentimos atacados cuando sabemos que podíamos haberlo hecho mejor. No sé si será el caso, pero en las madres-verdugo más virulentas me ha parecido ver un atisbo de inseguridad.

martes, 2 de octubre de 2012

Ya era hora, Dr. Estivill


Dicen las malas lenguas que Estivill se ha retractado, igual que lo hizo Ferber hace unos años; en mi opinión, no es exactamente así: retractarse significa admitir abiertamente haberse equivocado y asumir las consecuencias de los errores cometidos. Lo que ha hecho el Dr. Estivill en esta ocasión es lo mismo que acostumbra a hacer desde hace tiempo: tergiversar la realidad cuando una pregunta le resulta incómoda.
El que sigue es un extracto procedente de una entrevista concedida al periódico El País, que se puede consultar íntegramente a través de este enlace y cuyo único objetivo parece ser el de promocionar su último libro (cada respuesta finaliza con la coletilla "En nuestro libro ¡A dormir! encontrará más información al respecto"):
Imagen: cortesía de Dormir sin llorar
He leido el libro "Duérmete niño", y tengo la duda de a qué edad se debe empezar a aplicar el método que propone. En un recién nacido con lactancia materna a demanda, ¿cómo es posible conjugarla con el método?
Recientemente hemos publicado el libro 'A dormir', que es la actualización de los conocimientos sobre el sueño de los niños. En él, explicamos unas normas para enseñar a dormir a los niños correctamente respetando la lactancia materna, de hecho los estudios científicos que hemos publicado en la revista española de pediatría han sido realizados en niños con lactancia materna a demanda. En el cerebro de los niños existe un grupo de células que es nuestro reloj biológico. Es el que nos indica que hemos de dormir de noche y estar despiertos de día. Como otras estructuras del cerebro de los niños, este reloj biológico es inmaduro al nacer. Por esto los niños duermen a trocitos y no pueden dormir de un tirón las horas nocturnas hasta los seis meses de edad. Las normas que explicábamos en 'Duermete niño' eran para los niños a partir de los tres años que tenían el denominado 'insomnio infantil por hábitos incorrectos'. Estas normas no pueden ser aplicadas en los niños más pequeños por esta inmadurez de su reloj biológico. Hay que realizar otras rutinas respetando la lactancia materna a demanda para ir enseñando a este reloj biológico a sincronizarse con el medio ambiente y así llegar de seis meses con un sueño nocturno adecuado de unas once horas y tres siestas diurnas: una después del desayuno, una después de la comida y una después de la merienda. En nuestro libro 'A dormir' explicamos estos nuevos conocimientos científicos y damos las pautas adecuadas para que el niño, siguiendo la lactancia a demanda, pueda ir estructurando adecuadamente su sueño.

Ante tan asombrosa declaración, solo se me ocurren dos posibilidades: la primera, que el Dr. Estivill esté mintiendo descaradamente; la segunda, que me falle estrépitosamente la comprensión lectora (a mí y posiblemente a un montón de lectores más). Tenía entendido que en el Duérmete niño, a los niños de tres años con el denominado (o inventado, ya que por lo que sé, ni en el DSM-IV ni en ninguna otra publicación digna de tal nombre se recoge tal enfermedad) "insomnio infantil por hábitos incorrectos" había que ponerles una valla en la puerta de la habitación para que no pudieran salir ("¡Da igual si se levanta, como si se quiere quedar dormido en el suelo!" escribe el Dr. Estivill a este respecto, haciendo gala de la empatía que siempre le ha distinguido). A los que había que dejar llorar era a los bebés a partir del 6º mes, e incluso antes, véase: "Desde el tercer mes, no os levantéis a cogerlo ante el primer gemido".
El libro no explica a partir de qué número de gemido está permitido cogerle (si es que lo está), y tampoco qué se debería hacer en caso de que los gemidos se conviertan en llanto.
Por otra parte, confieso que el método Estivill nunca me ha convencido. Siempre he pensado que si había que buscar una solución a los problemas de sueño debía ser una solución conjunta, junto con el bebé, no contra él, porque no se puede basar la felicidad de uno en la infelicidad de otro.
Sin embargo, conozco a muchos padres (cuya comprensión lectora debe ser tan escasa como la mía) que se lo han creído, que han dejado llorar a sus bebés, han limpiado el vómito "sulfurándose por dentro" como recomienda el libro, y ahora descubren que todo eso no ha servido de nada, porque resulta que el patrón de sueño de sus hijos se debía a una inmadurez de su reloj biológico y no a unos supuestos hábitos incorrectos.
Me pregunto qué les dirá el Dr. Estivill a esos padres: si admitirá haberse equivocado, les ofrecerá una indemnización (debería ofrecérsela a sus hijos, más bien) o simplemente les dirá que son tontos y no saben leer.

Incluso si seguimos esta última hipótesis y damos por sentado que millones de padres somos incapaces de procesar lo que leemos (cosa que no es cierta, pues el infame Duérmete niño deja claro en un sinfín de ocasiones que hay que ignorar voluntariamente al bebé por mucho que llore, y recalco que estamos hablando de bebés a partir de los 6 meses), cabría esperar que su nuevo libro ¡A dormir! ofreciera un enfoque algo más empático y respetuoso.
Nada más lejos de la realidad, pues el nuevo libro ofrece también pautas para los recién nacidos, circunstancia que en el anterior no se daba. Según las nuevas instrucciones, al recién nacido se le debe acostar en su cuna y en su habitación desde el primer día de vida; tampoco se le debe atender con prontitud por lo visto: ya que los recién nacidos tienen la mala costumbre de lloriquear (textual) por la noche, el Dr. Estivill recomienda deshacerse de los intercomunicadores, para poder dormir bien (los padres, el bebé no importa). También hace hincapié en que se le debe acostar despierto para que pueda conciliar el sueño por si solo (está prohibido cogerle, pero tampoco explica qué hay que hacer si no lo consigue).
Asimismo, el concepto que tiene el Dr. Estivill de la lactancia a demanda resulta cuanto menos curioso: para empezar, si un bebé de 6 meses debe dormir 11 horas seguidas por la noche y tres siestas al día, apenas le queda tiempo para mamar; en segundo lugar, ofrece una interesante explicación del reflejo de succión, y a continuación advierte que muchos padres primerizos cometen el grave error de confundirlo con una señal de hambre, lo cual puede llevar a sobrealimentar al bebé o a darle de comer a deshoras, cargándose así de un plumazo el concepto de demanda, la producción de leche de la madre y la lactancia materna, por ese orden.

Los libros que ofrecen esta visión de la puericultura, que suprimen la parte más agradable de la maternidad y fomentan el desapego desde el minuto 1, a menudo consiguen alejar emocionalmente a la madre del bebé, divorciarla de su instinto, volviéndola tan vulnerable que preferirá seguir comprando libros o pedir consejo al experto de turno en vez escucharse a sí misma y a su bebé.
Por supuesto, no pretendo decirle a nadie cómo debe vivir su maternidad. Cada cual es libre de hacerse la pregunta y buscar la respuesta que considere más satisfactoria.
Personalmente, considero que la maternidad no es una obligación y ni siquiera un derecho, sino un privilegio, y como tal deberíamos vivirla en su plenitud, disfrutando de todos los dones que nos ofrece.
Admito que nunca me he sentido especialmente realizada al cambiar un pañal o al quitar restos de comida de un babero; sin embargo, cuando he tenido a un bebé dormido en mis brazos, o en mi regazo, cuando le he olido el pelo mientras le daba besos en la cabecita, cuando he visto su barriguita moverse apaciblemente al ritmo de su respiración es cuando he sentido la MATERNIDAD con mayúsculas fluir por mis venas.

En esta ocasión, la declaración del Dr. Estivill no me parece insultante como habitualmente, porque prefiero leer entre líneas y quedarme con el mensaje positivo que contiene: gracias a estas palabras, el mundo creado por el Dr. Estivill se ha derrumbado como un castillo de naipes.
Dice que las normas del Duérmete niño son aplicables únicamente a mayores de tres años que sufren una enfermedad inexistente, y eso equivale a admitir que jamás se debería dejar llorar a un bebé.
Reconoce por fin que los supuestos problemas de sueño en bebés se deben a la inmadurez de su reloj biológico y no a la falta de firmeza de sus padres. Ya no ve un trastorno donde no lo hay, ni ofrece soluciones para problemas que él mismo crea.
Pasa por alto el hecho de que forzar la maduración del reloj biológico inevitablemente trae problemas y deja secuelas, pero creo que es evidente, y si no lo ve así, solo tiene que echar un vistazo a los numerosos estudios que se han realizado sobre el tema.
Ya era hora, Dr. Estivill: por desgracia, demasiado tarde para muchos niños, pero quizás todavía a tiempo para muchos otros.
Bienvenidos a la nueva era.

viernes, 29 de junio de 2012

Por qué estoy en contra del método Estivill


La mayoría de los que me conocen, tanto personal como virtualmente, saben que estoy decididamente en contra del método Estivill y demás técnicas que proponen dejar llorar a los niños. Sin embargo, cuando hablamos del tema, no suelen pedirme argumentos para sustentar mi negativa: piensan directamente que carezco de ellos, o me atribuyen una serie de razones que poco tienen que ver con la realidad.
Puesto que hoy se celebra el Día Mundial del Sueño feliz, aprovecharé para aportar mi granito de arena, dejar claro que tengo argumentos (si no fuera una señora, diría también que los tengo bien puestos) y explicarlos a continuación para que queden claros.

No es que me dé pena: lógicamente, no me parece plato de buen gusto oír llorar a un bebé, sea cual sea el motivo. Sin embargo, suponer que estoy en contra del método Estivill solo porque me da pena la idea de oír llorar a mis hijos me parece de una simplonería sin precedentes. También me da pena que mis hijos lloren al ponerles una vacuna y aún así llevan puestas todas las del calendario: en este caso, porque considero que los beneficios de la vacuna superan con creces los posibles riesgos de no llevarla; en cambio, el método Estivill  beneficia al autor del libro y perjudica a todos los demás: a los niños, porque se les arrebata hasta la posibilidad de expresar su sufrimiento, y a los padres, porque de este modo renuncian para siempre a un vínculo que podía haber sido precioso. Y sí, se puede dar marcha atrás, se puede tratar de olvidar lo que ha sido y centrarse en lo que será, pero nunca jamás se podrá recuperar lo que pudo ser.
Imagen: cortesía de Pre Papá

No me da miedo que se hagan independientes: cada paso nuevo que dan me produce una mezcla de orgullo y nostalgia. Orgullo, porque veo que se están haciendo mayores; nostalgia, porque empiezo a añorar una etapa que se ha quedado definitivamente atrás. Sin embargo, el concepto de independencia que tengo yo difiere sustancialmente del de buena parte de mi entorno (estivilizadores convencidos en su mayoría). Ser independiente no significa dejar en paz a tus padres mientras se están tomando una cañita en el bar del parque, significa ser capaz de hacer cosas y de tomar decisiones razonadas sin necesidad de ayuda externa. Curiosamente, los que más fomentan la independencia infantil a la hora de dormir suelen dejar más bien poco margen a los niños para ejercerla en otras facetas de su vida. Como dije, no tengo miedo a que mis hijos se hagan independientes, pero tampoco tengo prisa por conseguirlo. La independencia llegará, pero suele venir de la mano de la seguridad, cuando no es así, a menudo no se trata de independencia, sino de resignación disimulada.

No me creo mejor madre que el resto: estoy harta de que tanta gente intente convertir esto en una carrera de méritos, y empiece a mezclar churras con merinas, a decidir si es peor dejar llorar a un bebé o no llevarle al parque, dejarle con la abuela para irse de viaje en pareja o permitir que coma bollería industrial. No me interesa ser mejor madre que mi cuñada o vecina, con lo cual considero que nadie tiene derecho a puntuarme en base a unos parámetros que yo no he elegido. Solo quiero ser la mejor madre para mis hijos, y desde luego seré mejor madre para ellos si atiendo sus necesidades que si las ignoro.

No funciona: el argumento principal de los que intentan meterme entre ceja y ceja un método que se puede clasificar de inhumano suele ser lo bien que funciona. El método Estivill no enseña a los niños a dormir, les enseña a no molestar a los padres. Una amiga me comentó que su hija puede tardar hasta dos horas en dormirse desde que la acuestan, pero lo hace en silencio y sin llamar a nadie (objetivo cumplido, nótese la ironía). Yo misma observé a un niño previamente estivilizado dar vueltas en la cama durante un tiempo considerable sin levantarse siquiera, mientras los adultos estábamos cenando en la habitación contigua. Es un método que funciona tan bien (otra vez, nótese la ironía) que hay que repetirlo varias veces porque falla más que una escopeta de feria: el mismo libro da a entender que es posible que haya que llevarlo a cabo en repetidas ocasiones.

El método Estivill deja secuelas: no me voy a extender mucho porque ya se ha hablado del tema largo y tendido. Deja muchas secuelas, y han sido demostradas en múltiples ocasiones por pediatras, psicólogos, psiquiatras, neurocientificos y demás personalidades destacadas. No me sirve el ejemplo del niño del vecino, al que le han hecho el método y es, según sus padres, más feliz que una perdiz: voy a probar a decir que el tabaco no hace daño, ya que mi abuela paterna fumó un paquete al día durante toda su vida, murió con 83 años y nunca cogió ni un catarro, a ver si cuela.

Esto no va de límites: dejar llorar a un bebé no tiene absolutamente nada que ver con las cacareadas normas de las que tanto se habla. Odio la palabra límites por lo que representa, pero admito que en mi casa los tenemos: sin embargo, son límites para todos, que consensuamos en la medida de lo posible y cuya razón de ser es la seguridad y la convivencia de todos los que vivimos en casa. Hacer sufrir a mis hijos por mi propia conveniencia me parece, como mínimo, bastante egoísta.

Llorarán muchas veces en la vida: es cierto, y por este motivo me parece absolutamente cruel e innecesario darles conscientemente más ocasiones para hacerlo. A este respecto, quiero dejar constancia de que el hecho de no dejar llorar a mis hijos no significa que no lloren nunca, porque lo hacen: lloran cuando les duele algo, si se caen y se hacen daño, si se les rompe un juguete, mi hijo mayor también llora si se ha peleado con su mejor amigo y mi hija últimamente llora porque le están saliendo las muelas. Sin embargo, no es comparable al método Estivill, porque cada vez que lloran lo hacen entre mis brazos, mientras les doy besos, les acaricio el pelo y si no puedo hacer más, les susurro lo mucho que lo siento y cómo me gustaría poder ayudarles. No lloran solos y abandonados en una cuna.

Tengo claras mis prioridades: en el momento en que decidí ser madre, supe que mi vida iba a cambiar. Esto no es una lucha de poder, pero si en algún momento hay un conflicto de intereses, lo lógico es que se sacrifique el adulto y no el bebé, que tiene menos herramientas emocionales para hacer frente a la situación.

Mis hijos no dormían del tirón: de hecho, mi niña todavía no lo hace. Es bastante común dar a entender que quien está en contra del método Estivill no sabe lo que es pasar una mala noche. Pues resulta que lo sé, sé lo que es despertarse varias veces en plena noche, pasear a oscuras cantando nanas mientras miras el reloj y recuerdas que todavía no has dormido y dentro de un par de horas te tienes que levantar, sé lo que es tomarse media docena de cafés para parecer personas, llevar corrector de ojeras a todas partes para que en el trabajo no se note tanto. Lo sé y no presumo de ello, lo que he hecho no es nada extraordinario, es simplemente lo normal, lo que me ha pedido el cuerpo. Me remito a lo que dije antes, tengo claras mis prioridades, y el bienestar emocional de mis hijos tiene preferencia respecto a mi derecho a descansar.

Cada niño tiene su ritmo: son seres humanos, no robots programables y por tanto no me sirven las estadísticas tendenciosas o directamente falsas que afirman que a partir de tal edad deberían dormir toda la noche. Solo se trata de confiar en su naturaleza, tarde o temprano acabarán por dormir del tirón (mi hijo lo hace, a pesar de las predicciones tremendistas que tuve que oír).

No soy ninguna mártir: no aplicar el método Estivill no significa renunciar a la vida de pareja o pasarse la noche dando vueltas por el pasillo. Se trata simplemente de acompañar al bebé, de tratar de conectar con él para poder entender sus necesidades y adelantarse a ellas siempre que sea posible, y mientras tanto, de ponerse la vida lo más fácil posible (el colecho no es una solución per se, pero ahorra desvelos y paseos nocturnos).

Con el tiempo, las noches se disfrutan: mi hijo mayor tardaba una eternidad en dormirse. Admito que a veces era cansado, hasta desesperante, porque ponía todo mi empeño en intentar relajarle y ocurría todo lo contrario, se activaba cada vez más. Pero a veces me olvidaba del reloj y del tiempo que llevaba intentando dormirle y simplemente trataba de conectar con él, intentaba emocionarme ante el cuento que le contaba, disfrutar de los sonidos, los olores de la habitación, jugar a las sombras chinas en las paredes del dormitorio, contestar a mil preguntas que de repente le venían a la cabeza. Cuando finalmente se dormía, me quedaba un rato tumbada a su lado mientras me invadía una indescriptible sensación de paz y felicidad. Verles dormidos me recuerda el grandísimo amor que siento hacia ellos.
Si les hubiera hecho el método Estivill, nos habríamos perdido todo esto.

No aplicar el método Estivill no deja ningún tipo de secuela: mi hijo mayor es la prueba viviente de ello. Tiene 6 años y no padece ninguno de los posible problemas o trastornos que se mencionan en el libro: no tiene insomnio (ni el que se define por malos hábitos adquiridos y que solo existe en la mente del Dr. Estivill y sus secuaces, ni el insomnio infantil de verdad, que existe pero no se cura dejando llorar al niño); tampoco tiene problemas de crecimiento, ni muestra dependencia excesiva (de hecho, la gente suele considerarle un niño muy independiente), ni problemas de relación de ningún tipo. Igual es pronto para hablar del fracaso escolar, teniendo en cuenta que acaba de terminar el ciclo de infantil, pero sus maestras me han hecho saber que se ha adaptado muy bien y que muestra interés en el trabajo de clase.
Por cierto, ahora duerme solo, en su habitación, no necesita que se le haga compañía hasta que se queda dormido, a veces ha dormido fuera de casa (porque él lo ha pedido) sin ningún problema. Los que me dijeron que nunca sería capaz de hacerlo por culpa de la sobreprotección materna ya pueden ir pidiendo disculpas.

Blogs que se han sumado al Día Mundial del Sueño Feliz:




martes, 26 de junio de 2012

29 de junio: Día Mundial del Sueño feliz




Día Mundial del Sueño feliz. Se trata básicamente de desmontar los mitos que rodean el método Estivill y de inundar masivamente el ciberespacio con mensajes a favor del sueño feliz.
Imagen: cortesía de Pre Papá
Me hago eco de una iniciativa que está corriendo como la pólvora a lo largo y a lo ancho de la blogosfera: el próximo día 29 de junio será el
A tal efecto, se han creado también un grupo y un evento en facebook para coordinar las acciones a realizar, que son las siguientes:

- Anunciar este evento en los blogs tan pronto como sea posible.
- Incluir en facebook mensajes, enlaces, artículos y estudios que pongan de manifiesto las consecuencias negativas de los métodos de adiestramiento para dormir
- En twitter, el próximo 29 de junio utilizar masivamente el hashtag #DesmontandoaEstivill, para conseguir que sea Trending Topic ese día.
- En los blogs, el próximo 29 de junio publicar una entrada contando nuestras opiniones acerca del método Estivill y nuestra experiencia de sueño feliz.




miércoles, 30 de mayo de 2012

El último desvarío de Estivill

Admito que ayer me precipité un poco cuando decidí dedicar esta entrada a los últimos desvaríos del Doctor Estivill. Lo digo porque todavía no había leído las manifestaciones más recientes de su delirio, contenidas en una entrevista a la que se puede acceder a través de este enlace.
En ella, y siempre desde el pedestal de su infinita sabiduría, se columpia con una asombrosa declaración: "existen investigaciones muy serias sobre las mamás que están en contra de estas ideas y la mayoría presentan una psicopatología en su forma de ser".
Me diréis que la tengo tomada con él, y posiblemente sea cierto, pero reconozco que jamás había leído una afirmación tan abiertamente insultante. Es posible que mi evidente psicopatología me impida ver el sendero que tan preclara mente ha trazado para guiarme hacia la rectitud; aún así, creo que una persona capaz de destilar tanta hiel debe tener como mínimo algún problema mental no resuelto (¿le estarán aplicando el método Maridill?).
Para empezar, me permito dudar de la existencia de estas "investigaciones muy serias", al igual que la de aquellas otras, las que supuestamente alaban las bondades de su método, que cita constantemente y por doquier y que sin embargo nunca comparte, ni con la comunidad científica de la que se considera un destacado exponente ni con el ciudadano de a pie.
En segundo lugar, me cuesta un poco creer que en tiempos de crisis se destine el dinero del contribuyente a financiar una investigación cuya única finalidad sea demostrar que quien no está a favor del doctor Estivill debe estar automáticamente como una regadera.
De todos modos, vamos a suponer por un momento que esta declaración no procede de la diarrea verbal de una personalidad narcisista: imaginemos que dicha investigación seria existe, que el mundo científico no tiene nada mejor que hacer que investigar a las mamás que se oponen al método Estivill, y que se ha llegado a la firme conclusión de que estamos todas irremediablemente chaladas.
Si es así, por la parte que me toca, pienso someterme a una evaluación psiquiátrica a la mayor brevedad: en parte por curiosidad, pues me gustaría saber si se me engloba en esa mayoría de mamás de mente psicopatológica, o si pertenezco a la afortunada minoría libre de locura; pero también a nivel práctico me gustaría saber si cuando se me acabe la excedencia podré volver a trabajar o deberé solicitar una pensión por incapacidad.
Me gustaría además saber en qué consiste exactamente la psicopatología de la que sufro y si es la misma que también afecta a las otras mamás que piensan igual que yo. En caso afirmativo, debe tratarse de un caso de locura colectiva de proporciones apocalípticas, que afecta a numerosas personalidades (aunque al Doctor Estivill le cueste reconocerlo, las críticas a su método llegan hasta la comunidad científica).
Además, debe ser un trastorno ligado al cromosoma X, puesto que las que estamos tarumba solo somos las mamás: los papás que se oponen a su método pueden hacerlo sin miedo a que les pongan la camisa de fuerza, o bien el Doctor Estivill da por sentado que todos los padres apoyan incondicionalmente su punto de vista (ya se sabe, las mujeres somos más inestables).
Finalmente, me extraña que una persona pueda afirmar de forma tan categórica que quien está en contra del maltrato infantil debe estar loco. Entiéndase por maltrato infantil "cualquier acción (física, sexual o emocional) u omisión no accidental en el trato hacia un menor, por parte de sus padres o cuidadores, que le ocasiona daño físico o psicológico y que amenaza su desarrollo tanto físico como psicológico".
Dejar llorar a un bebé pudiendo atenderle equivale como mínimo, en mi opinión, a omisión no accidental, y entra por tanto en la definición de maltrato.
El Doctor Estivill escribe, difunde, pregona, ensalza y propaga un método de adiestramiento basado en el llanto, se enriquece a costa del sufrimiento diario de muchos bebés, niega la mera existencia de secuelas, afirma que no existe nadie en el mundo científico que se oponga a sus teorías... pero quienes estamos fatal de la azotea somos las madres que nos negamos a maltratar a nuestros hijos, las que reivindicamos el derecho a disfrutar de nuestra maternidad como nos plazca, a vivirla siguiendo nuestro instinto y no las directrices de un autoproclamado gurú del sueño.
¿Algún voluntario se presta a hacerle un diagnóstico al Doctor Estivill? Porque ciertos rasgos de la personalidad narcisista (véase "tiene un grandioso sentido de autoimportancia", "carece de empatia: es reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás", "presenta comportamientos o actitudes arrogantes o soberbios") a mi entender encajan... pero claro, yo soy una simple madre, y de probable forma de ser psicopatológica para más inri.
Aunque visto lo visto, si para ser normal hay que justificar el maltrato, me alegro de estar chiflada.

martes, 29 de mayo de 2012

Manda huevos

Recientemente, he podido leer en varios medios de comunicación las últimas declaraciones del Dr. Estivill en lo que a sueño se refiere. Me han producido la acostumbrada mezcla de indignación, resignación y asombro que suelo sentir cada vez que tengo la ocasión de oír o leer majaderías de semejante calibre.
La reciente publicación de ¡A dormir!, un refrito, perdón, reedición del más conocido Duérmete niño, ha servido como rampa de lanzamiento para una avalancha de declaraciones a cuál más - digamos - excéntrica.
Mi favorita se resume en que los fetos ya duermen solos antes de nacer, y es importante que los padres no les ayudemos a "desaprenderlo". Por desgracia, este genial descubrimiento merecedor del Nobel para la medicina llega con unos años de retraso, puesto que hace años que se sabe que los niños ya saben dormir antes de nacer. Sin embargo, el Dr. Estivill nos vuelve a deleitar con su facilidad para tergiversar la realidad ignorando los hechos que más le incomodan, y parece olvidar que los fetos duermen plácidamente acunados por el movimiento de la madre, mientras flotan apaciblemente en un mundo suspendido entre cielo y tierra. También parece pasar por alto el hecho de que los bebés que no desaprenden lo que aprendieron antes de nacer son los que necesitan dormirse en brazos, puesto que con ello intentan reproducir la sensación que experimentaron durante su vida intrauterina.
Por tanto, es mucho más fácil transmitir el mensaje opuesto, dar a entender que lo más natural es recrear la etapa fetal en una cuna fría, aséptica e impersonal, para que el niño aprenda a dormirse solo. Hace especial hincapié en la importancia de acostar al bebé despierto para "darle la oportunidad de dormirse solo", para que de este modo nuestros hijos puedan adquirir buenos hábitos.
A este respecto, me pregunto si el Dr. Estivill ha hecho la prueba con muñecos o con bebés humanos, puesto que hasta donde yo sé, estos últimos suelen llorar si se les deja solos; posiblemente, la importancia de dejar solo al bebé desde los primeros días de vida esté estrechamente vinculada a las ventas de sus libros, no vaya a ser que los padres consigan conectar con su instinto, acaben por descubrir que lo que tienen en brazos es un ser humano y no una cría de gremlin y decidan prescindir de manuales que animan a poner en práctica una desensibilización progresiva hacia las necesidades del bebé.
A estas alturas, la extensa bibliografía del Dr. Estivill ya cubre casi todas las fases vitales en cuanto a sueño: ya teníamos el Duérmete niño, que abarca desde el nacimiento hasta los 5 años; para los niños más mayores está Vamos a la cama, método Estivill para niños entre 5 y 13 años; los adultos podemos dejarnos guiar por Necesito dormir, Que no me quiten el sueño y El libro del buen dormir. Finalmente, gracias a ¡A dormir!, se ha podido reglamentar también la etapa fetal.
Sin embargo, todavía queda un resquicio que el Dr. Estivill todavía no ha aprovechado (aunque es posible que solo sea cuestión de tiempo): me refiero a la época de la concepción. Haciendo gala del ingenio y el sentido del humor que le caracteriza en la elección de sus títulos, la próxima publicación del Dr. Estivill podría ser Manda huevos: guía para enseñar a dormir a los espermatozoides.
A mi modo de ver, es perfecto: seguramente existe una teoría científica que demuestre que los espermatozoides que no duermen como deberían producen bebés incapaces de adquirir el correcto hábito de sueño, y por tanto es de vital importancia enseñarles a dormir antes de la fecundación. Y si dicha teoría no existe, pues se inventa (al igual que con los famosos estudios científicos que supuestamente alaban las bondades de su método, que el Dr. Estivill cita frecuentemente y misteriosamente no aparecen por ningún lado).
A continuación, solo habría que recurrir a alguna obviedad y convertirla en un descubrimiento de gran trascendencia, por ejemplo: se ha demostrado que las gallinas no sufren insomnio, no toman teta y no necesitan ser mecidas para dormir. Esto se debe a que sus huevos son empollados en el nido y aprenden buenos hábitos desde el principio, a diferencia de lo que ocurre con la raza humana que necesita una reeducación constante, porque los padres de hoy en día somos incapaces de hacer las cosas como Dios manda y necesitamos seguir a un gurú que nos enseñe a regular todas las facetas de nuestras vidas.
Yo lo digo en broma, pero no me extrañaría que alguien se lo tomara en serio.
Manda huevos, de verdad.

sábado, 19 de mayo de 2012

El método Maridill

Sex icon, de digitalart
http://www.freedigitalphotos.net
Empezó con una broma: una chica escribió en un foro que había inventado un novedoso método, de ahora en adelante conocido como El método Maridill, para enseñar a los maridos a mantener relaciones sexuales con una muñeca hinchable en vez de con su esposa, para no cohartar la independencia de esta última con inoportunas exigencias de "deberes conyugales". Ha tenido tan buena acogida que hasta se ha creado un blog, al que se puede acceder desde aquí.
Pienso que no es necesario aclarar que el método Maridill es una parodia de otro método de nombre parecido (que a su vez es un plagio de otro método similar popular en EEUU), que pretende enseñar a dormir a los niños.



Confieso que me apunté al vacile. Supongo que es una experiencia casi catártica, desvariar sobre algo tan incuestionablemente divertido crea una especie de camaradería con las personas con las que se comparte la broma. Si el método Estivill pretende que el niño encuentre consuelo en el muñeco Pepito, pues el método Maridill propone una muñeca hinchable para tal fin (a mi juicio, es extremadamente importante que sea la esposa la que elija la muñeca, en contra de la opinión del marido si hace falta, y le ponga un nombre insinuantemente sugerente, como Natasha o Samantha); si para "reeducar a un niño en el hábito de sueño" es importante dejarle en la habitación un poster, un móvil de cuna y un chupete, para reeducar a un marido en el hábito sexual harán falta como mínimo un par de revistas porno y un DVD para ver películas X (sobre el chupete, mejor no me pronuncio).
Hasta aquí llega la broma; para más vacile, estaros atentos a mi próxima entrada, o como suelen decir en la tele, stay tuned.
Ahora en serio: me hace gracia, pero al mismo tiempo me deja un sabor agridulce. Si El método Maridill se convirtiera en un libro, en el mejor de los casos solo encontraría hueco en la sección de humor. En el peor, el público se escandalizaría, se le consideraría un ataque hacia las personas aquejadas de problemas sexuales o se le acusaría de mofarse de la sagrada vida de pareja. Se apreciaría, o no, la ironía con la que se ha escrito, pero nadie lo tomaría en serio.
Sin embargo, las librerías están llenas de libros que proponen maltratar psicológicamente a los niños para que dejen dormir a sus padres (uno de ellos recientemente reeditado) y no solo no se retiran de la circulación, sino que nadie se inmuta, es más, se consideran teorías educativas dignas del más profundo respeto.
A nadie en su sano juicio se le ocurriría poner en práctica el método Maridill, porque renunciar a esa parcela de la vida en pareja caparía (nunca mejor dicho) una parte importante de la relación entre marido y mujer, pero muchos padres deciden aplicar el método Estivill, ya sea por decisión propia o por presión social, sin pararse a pensar que están sacrificando una de las partes más agradables de la maternidad y la paternidad en beneficio de una mal entendida autonomía.
Por lo que a mí respecta, al igual que me niego a maridilizar (o como se diga) también me niego a estivilizar: opino que la vida debería ser una fiesta para todos los sentidos, y cuanto más nos conectamos a ellos, más libres y auténticos nos sentiremos.
El que decida renunciar al sexo sus razones tendrá, pero a mi entender se está perdiendo algo que merece la pena.
Del mismo modo, el que nunca se haya dormido respirando el aroma del pelo de un bebé, no sabe realmente de qué va la vida.



viernes, 27 de abril de 2012

Enseñar a dormir

Cuando estaba embarazada de mi hijo mayor, una amiga me prestó un famoso libro que pretende "enseñar a dormir" a los niños. Creo que no hace falta aclarar de qué libro se trata, ya que no necesita (ni merece) más publicidad de la que ya se le está haciendo.
Lo leí, e incluso en ese momento, meses antes de que se me cayera la venda de los ojos, lo encontré extremadamente cruel: no solo por el hecho de recomendar dejar llorar a un bebé, que ya de por si es bastante malo, sino por el desprecio con el que trata en todo momento las necesidades del niño.
Lo he vuelto a leer recientemente, después de un debate (un poco acalorado) con una conocida que afirmaba que a lo mejor me había fallado la comprensión lectora, pues según ella el libro no recomienda dejar llorar a los niños, y tampoco desprecia sus necesidades. He podido comprobar de nuevo que no solo recomienda dejar llorar a los bebés, también aconseja que se les deje chillar, gritar, vomitar y pedir ayuda de todas las maneras posibles sin inmutarse; en cuanto al segundo punto, ese desprecio que según mi conocida solo existe en mi imaginación, pues qué queréis que os diga: un libro que sugiere, entre otras lindezas, poner una valla en la habitación de un niño mayorcito para que no pueda salir, y que dice textualmente que da igual que se quede dormido en el suelo, no me parece precisamente un dechado de empatía y respeto.
Lo que más me enerva es que los consejos de este tipo abundan, no solo en ese libro, sino en boca de familiares, amigos, conocidos y hasta profesionales de la salud, en los consultorios de las revistas, en los folletos que se reparten en casi cualquier sitio que tenga relación con el mundo infantil.
A decir verdad, existe otra corriente, una corriente minoritaria pero más sensata y humana, que defiende la teoría de que el sueño es un proceso evolutivo, que a dormir no se enseña ni se aprende, que estos métodos no son científicos como nos quieren hacer creer ni mucho menos inocuos.
A veces pienso en cómo dormían, cómo duermen mis hijos y sonrío. Teóricamente, ambos habrían sido carne de cañón para ser adiestrados, perdón, reeducados, para utilizar la misma expresión que emplea el autor del libro, pero mi sentido ético, mi corazón y mi amor de madre me impiden reeducarles como si fueran presos en una cárcel, encerrarlos en la soledad de sus dormitorios y tirar la llave de sus corazones.
En la actualidad, mi hijo mayor puede conciliar el sueño solo, duerme en su cama y en su habitación, no se despierta por las noches y no nos llama, a su padre o a mí, a no ser que se trate de una emergencia. Nuestro ritual nocturno consiste en contarle un cuento y darle un beso de buenas noches. No nos quedamos a hacerle compañía hasta que se queda dormido porque él nos ha pedido que dejemos de hacerlo, al igual que ha decidido por si mismo dar cada uno de esos pasos hacia la independencia.
A pesar de no haber sido reeducado, no muestra ninguna de las temibles secuelas que, según el autor del libro, presentan los niños que duermen "mal": a lo mejor se ha educado solo, pero he llegado a la conclusión de que, a pesar de todo, le he enseñado a dormir.
Le enseñé a dormir cogiéndole en brazos las veces que lo necesitó, paseándole a pesar del dolor de espalda, contándole un cuento tras otro, haciéndole mimos, dando caza a los monstruos y fantasmas que podían estar al acecho en la oscuridad del dormitorio, haciendo hechizos para espantar las pesadillas, contestando preguntas, repasando el día, abrazándole y respirando el olor de su pelo mientras cerraba los ojos. He conseguido que vea en el momento de ir a la cama algo placentero, relajante, natural y hasta divertido, no un delirio constante de ansiedad y llanto no atendido.
Todavía tengo que terminar de "enseñar" a la peque, sé que con el tiempo lo lograré, aunque de momento le quedan unas lecciones por aprender. Por ahora, me conformo con que se duerma mamando, protegida por el calor de la cama y la fuerza de mi amor. Sé que llegará el día en que no querrá dormirse asi, pero no tengo ninguna prisa, y sobre todo, no tengo el más mínimo interés en forzar la máquina para adelantar acontecimientos. Si esto es enseñar a dormir, no quiero perderme ni una sola clase.

martes, 11 de octubre de 2011

¡Vivan los padres sin sentido común!

Este manifiesto no es mío, lo redactó mi amiga Mon en un arrebato. No es mío, pero como si lo fuera, pues ha sabido decir lo que yo quería decir, y además lo dice mucho mejor. Os pido que lo leáis, y si os gusta y estáis de acuerdo, que lo publiquéis en vuestro blog, en vuestra página web, en vuestra cuenta del facebook o que lo enviéis por mail a vuestros contactos. Así, entre todos, podremos llenar la red con nuestra disconformidad, hacer oír nuestra voz, dejar claro que los padres que critican ciertos métodos somos unos cuantos. Unámonos bajo el lema ¡Vivan los padres sin sentido común!

Mi manifiesto, por Mon
Sobre los métodos científicos del Dr. Estivill.

Leo en la Red que el Dr. Estivill dice que aquellos que rechazan su metodología para enseñar a dormir carecen de rigor científico.
Bien, pues no sé si me he perdido algo. ¿La única verdad universal, "verdadera verdadera" como diría mi hijo, es la ciencia para absolutamente toda nuestra vida y en todas nuestras facetas?
De ser así me siento un poco, cómo explicarlo, en un mundo encorsetado y sintético, como hagas algo no avalado por un par de estudios científicos por lo menos... "te la cargas". Pero los estudios son eso, estudios, para bien y para mal. Los hay del mismo tema y conclusiones diferentes, por ejemplo.

La ciencia…. Bien está poder echar mano de ella, que nos ayude, que mejore la calidad de nuestra vida y lo que me alegro de vivir en el siglo que me ha tocado... pero en este caso concreto me pregunto:

Dios mío ¿y como ha sobrevivido la Humanidad hasta ahora o hasta el siglo pasado que nacieron Ferber y compañía?

La crianza es, como todos los padres saben (iba a añadir con ¿fina? Ironía, “con sentido común”), mucho más compleja que la ciencia. Nos guste o no es más antigua, primitiva e instintiva de lo que algunos quieren hacernos creer. Porque además de instinto, señores, no nos falta sentido común.

No entiendo por qué me tienen que explicar paternalmente nada si soy adulta, medianamente sensata (salvo por el amor a mi familia que me aloca) y MADRE. Y me niego a imaginar un mundo tan falto de imaginación, de improvisación, de empatía y de respeto.

De todos modos y en contestación a su afirmación: SÍ EXISTE una bibliografía científica, sí hay una corriente científica que no avala sus métodos: J. Bowlby, Mc Kenna, Alice Miller, Margot Sunderland, W. Sears, Eduard Punset, Sue Gerhardt, Jay Belsky, Jean Liedloff por poner unos ejemplos. O podemos enlazar, vía Internet, perdón (que es sólo Internet), con la siguiente noticia del siguiente estudio:

Estudio:” Los bebés se estresan si su llanto es ignorado durante dos minutos”.

http://www.dormirsinllorar.com/pq11.html

La neurobiología, la antropología, la psicología, la medicina, la psiquiatría le contestan. ¿Es suficiente ciencia?

Posdata: escribo mientras mi hijo pequeño de 6 meses se duerme tomando teta.

Firmado: una ignorante

jueves, 6 de octubre de 2011

Pediatría sin sentido

Yo también lo he leído. Entero no, por supuesto (comprarlo sería una forma bastante absurda de perder tiempo y dinero), pero no he podido resistir la tentación de hojear las primeras 40 páginas, que están disponibles de forma gratuita en internet.
El blog Reeducando a mamá ha publicado un excelente artículo sobre el (escaso) sentido común de algunos pediatras al que podéis acceder desde aquí.
Por mi parte, tengo claro que carezco del sentido común al que apelan los autores del libro, así que, a falta de sentido común, he tratado de recurrir al sentido del humor e intentar leerlo en clave cómica, pero sin éxito: si bien algunos pasajes podrían ser desternillantes leídos en voz alta por algún monologuista del Club de la comedia, los consejos del libro van en serio, muy en serio.
Por tanto, viendo que me falta sentido común y también sentido del humor, no me ha quedado más remedio que intentar leerlo con calma para que no me hierva la sangre.
Para empezar, el estilo utilizado es una mezcla de campechano, simpático y graciosete, similar al del Duérmete niño y demás despropósitos de uno de los coautores. Sin embargo, bajo esa pátina de amabilidad y de corrección política se esconde el mismo refrito de topicazos adultocéntricos al que nos tienen acostumbrados: nos dicen que el contacto físico es muy importante para establecer un buen vínculo con el bebé y a continuación nos alerta sobre los peligros de dormirle en brazos, nos hablan de las etapas del sueño infantil para después decirnos que si un recién nacido se despierta, los padres no deben intervenir sino esperar a que vuelva a coger el sueño por si solo (en otras palabras, hay que dejarle llorar hasta que se harte), nos explican las ventajas de la lactancia materna pero añaden que el biberón es una opción igual de válida si la madre no quiere o no puede dar el pecho. (De hecho, dan a entender que algunas "no pueden" por una especie de castigo divino, puesto que ni siquiera mencionan los problemas más frecuentes ni la existencia de grupos de apoyo que pueden ayudar a solucionarlos).
La frase que más me chirría, debido a mi experiencia personal, es "la mamá debe seguir las normas de la lactancia materna a demanda o biberón, según su deseo y las recomendaciones de su pediatra", sobre todo porque no explica qué debería hacer la mamá cuando su deseo no coincide con las recomendaciones de su pediatra. Lo digo porque tuve un pediatra que estaba claramente en contra de la lactancia, a juzgar por algunas de sus frases ("si la niña no engorda un mínimo de 200 gramos a la semana, vamos a destetarla y darle biberones", "las asesoras de lactancia creen que lo único bueno es la leche materna, cuando existen muchas otras buenas opciones", "si la niña regurgita, con el pecho no va a mejorar, pero si le dieras biberón te puedo mandar una leche específica", y la gota que colmó el vaso, cuando mi hija tenía 4 meses y después de haber engordado 800 gramos en el último mes: "tenía que haber engordado más, así que vamos a darle cereales en todas las tomas"). Por tanto, a falta de sentido común, y de sentido del humor, decidí cambiar de pediatra, y afortunadamente la actual es más afín a mi manera de ver las cosas.
Después de este inciso, otra cosa que me llama la atención es que, al tratarse de un libro que teóricamente habla de pediatría, a juzgar por el índice, solo 142 de las 487 páginas están dedicadas a enfermedades y accidentes varios, que a mi entender entran dentro de las competencias del pediatra. Las 345 restantes hablan de los temas más variados, cómo se cambia un pañal, cómo elegir un buen colegio, cómo es el sueño, la socialización y (como no) la disciplina. Los hay que tienen mucho sentido común, pero poco sentido del ridículo.
En resumen, lo que he leído parece una recopilación de consejos de la suegra (escritos de forma elegante, eso sí), con algunos guiños a la corrección política para quedar bien con todos los bandos, y totalmente contraindicado para estómagos sensibles. Y solo he leído 40 páginas, pero a mi modo de ver suficientes para querer cambiarle el título de Pediatría con sentido común... a Pediatría sin sentido.