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sábado, 29 de junio de 2013

Que le den al "todo vale"

El 29 de junio se celebra el Día mundial del sueño feliz, y lo voy a celebrar con una entrada dedicada al sueño infantil.
Es un tema que parece estar de moda, dada la cantidad de autoproclamados gurús y expertos que van surgiendo por doquier, cada uno con sus teorías, opiniones o evidencias.
Creo que cualquiera que haya leído un par de entradas de este blog habrá entendido que le tengo declarada la guerra al método Estivill y afines; me parece que es un tema actual, de hecho, cada vez que he escrito unas líneas dándole caña al "metodito" las lecturas han subido como la espuma. Sin embargo, en esta ocasión no voy a hablar de esa corriente, sino de otra, puede que más sutil pero igual de dañina.
No sé si tiene nombre oficial, al desconocerlo la he bautizado el "todo vale". Sus adalides no se deciden por ninguna postura definida, van dando bandazos de un lado a otro con el objetivo de caer bien a todo el mundo, de captar el mayor número posible de seguidores o clientes con independencia de su forma de pensar.
A efectos prácticos se suele traducir en un cúmulo de disparates, como por ejemplo dar por hecho que todos los padres quieren lo mejor para sus hijos, y por tanto es igual de respetable dejarles llorar que atenderles; que el sueño es un proceso evolutivo, pero el bebé tiene que adquirir una serie de hábitos para dormir de forma correcta; que cada niño es distinto y lo que funciona con uno no funcionará con otro, pero hay que acostarles en la cuna despiertos para que se duerman solos y así sucesivamente.
Admito que nunca me han gustado las medias tintas, pero haciéndome un poco de terapia tengo que confesar que tengo tanta manía a este afán de quedar bien y de darlo todo por bueno porque en mi infancia fui una víctima del "todo vale".
Mi madre decía que dormí mi primera noche del tirón a los tres años y medio. Según las circunstancias y el humor del momento, este suceso se convertía en una simpática anécdota a compartir durante la sobremesa de una comida familiar (ahora os vais a reír un rato con esto), un velado reproche (fíjate lo mal que lo pasé) o directamente una maldición encubierta (ya verás como te toque uno igual).
Entre el pediatra que les decía que no debían dejarme llorar pero tenían que sacarme de su habitación lo antes posible, el libro del Dr. Spock que consideraba el colecho una perversión sexual y los consejos agoreros de amigos y vecinos, a mis padres les tuvo que costar horrores capear el temporal durante esos tres años y medio.
Para tener a todos contentos, me acostaban despierta en mi cuna y en mi habitación, y si me despertaba mi madre acudía a calmarme, sin sacarme de la cuna y por supuesto sin llevarme a su cama, si yo me negaba a dormir ella tampoco dormía.
Me contó que le pidió al pediatra que me diera algún medicamento para dormir (tengo entendido que en aquellos años no se andaban con chiquitas, recetaban tranquilizantes para adultos en dosis reducidas) y el médico dijo que ni hablar, que eso podía ser muy peligroso y no iba a poner en riesgo mi salud; visto así, se lo agradezco, pero a decir verdad, tampoco aportó ninguna idea más allá de tener paciencia.
De aquella época me han quedado algunos flashbacks, con el tiempo he llegado a dudar de si se trata de recuerdos reales o si de algún modo los he implantado en mi memoria al empezar a bucear más profundamente en el mundo del sueño infantil. Sea como sea, me veo a mí misma de pie en esa cuna, agarrada a los barrotes, llorando a pleno pulmón mientras unas sombras amenazadoras se ciernen sobre mí. No recuerdo nada más, no sé cuánto tiempo tardaban mis padres en acudir o qué hacían. Lo único que la huella del tiempo no ha conseguido borrar es ese fotograma, una niña pequeña llorando de pie en la cuna.
Sabiendo lo que ahora sé, algo me dice que no quería estar sola, y que todos nos habríamos ahorrado un montón de noches insomnes si mis padres hubieran hecho caso a su instinto y no al pediatra o al Dr. Spock.
Cuando nació mi hijo, tenía el listón tan sumamente bajo en lo que a sueño se refería que casi di saltos de alegría al descubrir que no tenía que pasarme las noches de pie. Hay que decir que dormía con nosotros, pero por aquel entonces curiosamente no lo relacioné, ni lo consideré una circunstancia digna de mención.
También hay que decir que la maldición no se cumplió, porque mi hijo por lo general no se despertaba excesivamente, su "problema", si así lo queremos llamar, era que podía tardar una eternidad para dormirse.
En cuanto a mi niña, no sé si será como era yo a su edad, pero es posible que haya cierto parecido. Hasta el año y pico se dormía en cinco minutos a lo sumo, pero se despertaba, en media, cada dos horas. Ahora que le falta poco para cumplir los tres me ha regalado alguna que otra noche del tirón, pero lo habitual es que se despierte una o dos veces.
Se vuelve a dormir con la teta, lo cual nos anestesia al instante a las dos y prácticamente ni nos enteramos, pero supongo que de haber aplicado los consejos que el pediatra dio a mi madre, a estas alturas estaría para el arrastre.
Y aún así hay quien se empeña en intentar demostrar lo perjudicial que es pasar la noche lo más decentemente posible en vez de complicarse la vida para forzar la máquina, en tratar de convencernos que es mejor arruinarnos el presente para evitar unas hipotéticas secuelas futuras, en hacernos ver que hay que buscar un término medio cuando en este extremo se está estupendamente.
Pues así de claro, que le den al "todo vale", con lo a gusto que me siento yo en mi rinconcito radical.

viernes, 29 de junio de 2012

Por qué estoy en contra del método Estivill


La mayoría de los que me conocen, tanto personal como virtualmente, saben que estoy decididamente en contra del método Estivill y demás técnicas que proponen dejar llorar a los niños. Sin embargo, cuando hablamos del tema, no suelen pedirme argumentos para sustentar mi negativa: piensan directamente que carezco de ellos, o me atribuyen una serie de razones que poco tienen que ver con la realidad.
Puesto que hoy se celebra el Día Mundial del Sueño feliz, aprovecharé para aportar mi granito de arena, dejar claro que tengo argumentos (si no fuera una señora, diría también que los tengo bien puestos) y explicarlos a continuación para que queden claros.

No es que me dé pena: lógicamente, no me parece plato de buen gusto oír llorar a un bebé, sea cual sea el motivo. Sin embargo, suponer que estoy en contra del método Estivill solo porque me da pena la idea de oír llorar a mis hijos me parece de una simplonería sin precedentes. También me da pena que mis hijos lloren al ponerles una vacuna y aún así llevan puestas todas las del calendario: en este caso, porque considero que los beneficios de la vacuna superan con creces los posibles riesgos de no llevarla; en cambio, el método Estivill  beneficia al autor del libro y perjudica a todos los demás: a los niños, porque se les arrebata hasta la posibilidad de expresar su sufrimiento, y a los padres, porque de este modo renuncian para siempre a un vínculo que podía haber sido precioso. Y sí, se puede dar marcha atrás, se puede tratar de olvidar lo que ha sido y centrarse en lo que será, pero nunca jamás se podrá recuperar lo que pudo ser.
Imagen: cortesía de Pre Papá

No me da miedo que se hagan independientes: cada paso nuevo que dan me produce una mezcla de orgullo y nostalgia. Orgullo, porque veo que se están haciendo mayores; nostalgia, porque empiezo a añorar una etapa que se ha quedado definitivamente atrás. Sin embargo, el concepto de independencia que tengo yo difiere sustancialmente del de buena parte de mi entorno (estivilizadores convencidos en su mayoría). Ser independiente no significa dejar en paz a tus padres mientras se están tomando una cañita en el bar del parque, significa ser capaz de hacer cosas y de tomar decisiones razonadas sin necesidad de ayuda externa. Curiosamente, los que más fomentan la independencia infantil a la hora de dormir suelen dejar más bien poco margen a los niños para ejercerla en otras facetas de su vida. Como dije, no tengo miedo a que mis hijos se hagan independientes, pero tampoco tengo prisa por conseguirlo. La independencia llegará, pero suele venir de la mano de la seguridad, cuando no es así, a menudo no se trata de independencia, sino de resignación disimulada.

No me creo mejor madre que el resto: estoy harta de que tanta gente intente convertir esto en una carrera de méritos, y empiece a mezclar churras con merinas, a decidir si es peor dejar llorar a un bebé o no llevarle al parque, dejarle con la abuela para irse de viaje en pareja o permitir que coma bollería industrial. No me interesa ser mejor madre que mi cuñada o vecina, con lo cual considero que nadie tiene derecho a puntuarme en base a unos parámetros que yo no he elegido. Solo quiero ser la mejor madre para mis hijos, y desde luego seré mejor madre para ellos si atiendo sus necesidades que si las ignoro.

No funciona: el argumento principal de los que intentan meterme entre ceja y ceja un método que se puede clasificar de inhumano suele ser lo bien que funciona. El método Estivill no enseña a los niños a dormir, les enseña a no molestar a los padres. Una amiga me comentó que su hija puede tardar hasta dos horas en dormirse desde que la acuestan, pero lo hace en silencio y sin llamar a nadie (objetivo cumplido, nótese la ironía). Yo misma observé a un niño previamente estivilizado dar vueltas en la cama durante un tiempo considerable sin levantarse siquiera, mientras los adultos estábamos cenando en la habitación contigua. Es un método que funciona tan bien (otra vez, nótese la ironía) que hay que repetirlo varias veces porque falla más que una escopeta de feria: el mismo libro da a entender que es posible que haya que llevarlo a cabo en repetidas ocasiones.

El método Estivill deja secuelas: no me voy a extender mucho porque ya se ha hablado del tema largo y tendido. Deja muchas secuelas, y han sido demostradas en múltiples ocasiones por pediatras, psicólogos, psiquiatras, neurocientificos y demás personalidades destacadas. No me sirve el ejemplo del niño del vecino, al que le han hecho el método y es, según sus padres, más feliz que una perdiz: voy a probar a decir que el tabaco no hace daño, ya que mi abuela paterna fumó un paquete al día durante toda su vida, murió con 83 años y nunca cogió ni un catarro, a ver si cuela.

Esto no va de límites: dejar llorar a un bebé no tiene absolutamente nada que ver con las cacareadas normas de las que tanto se habla. Odio la palabra límites por lo que representa, pero admito que en mi casa los tenemos: sin embargo, son límites para todos, que consensuamos en la medida de lo posible y cuya razón de ser es la seguridad y la convivencia de todos los que vivimos en casa. Hacer sufrir a mis hijos por mi propia conveniencia me parece, como mínimo, bastante egoísta.

Llorarán muchas veces en la vida: es cierto, y por este motivo me parece absolutamente cruel e innecesario darles conscientemente más ocasiones para hacerlo. A este respecto, quiero dejar constancia de que el hecho de no dejar llorar a mis hijos no significa que no lloren nunca, porque lo hacen: lloran cuando les duele algo, si se caen y se hacen daño, si se les rompe un juguete, mi hijo mayor también llora si se ha peleado con su mejor amigo y mi hija últimamente llora porque le están saliendo las muelas. Sin embargo, no es comparable al método Estivill, porque cada vez que lloran lo hacen entre mis brazos, mientras les doy besos, les acaricio el pelo y si no puedo hacer más, les susurro lo mucho que lo siento y cómo me gustaría poder ayudarles. No lloran solos y abandonados en una cuna.

Tengo claras mis prioridades: en el momento en que decidí ser madre, supe que mi vida iba a cambiar. Esto no es una lucha de poder, pero si en algún momento hay un conflicto de intereses, lo lógico es que se sacrifique el adulto y no el bebé, que tiene menos herramientas emocionales para hacer frente a la situación.

Mis hijos no dormían del tirón: de hecho, mi niña todavía no lo hace. Es bastante común dar a entender que quien está en contra del método Estivill no sabe lo que es pasar una mala noche. Pues resulta que lo sé, sé lo que es despertarse varias veces en plena noche, pasear a oscuras cantando nanas mientras miras el reloj y recuerdas que todavía no has dormido y dentro de un par de horas te tienes que levantar, sé lo que es tomarse media docena de cafés para parecer personas, llevar corrector de ojeras a todas partes para que en el trabajo no se note tanto. Lo sé y no presumo de ello, lo que he hecho no es nada extraordinario, es simplemente lo normal, lo que me ha pedido el cuerpo. Me remito a lo que dije antes, tengo claras mis prioridades, y el bienestar emocional de mis hijos tiene preferencia respecto a mi derecho a descansar.

Cada niño tiene su ritmo: son seres humanos, no robots programables y por tanto no me sirven las estadísticas tendenciosas o directamente falsas que afirman que a partir de tal edad deberían dormir toda la noche. Solo se trata de confiar en su naturaleza, tarde o temprano acabarán por dormir del tirón (mi hijo lo hace, a pesar de las predicciones tremendistas que tuve que oír).

No soy ninguna mártir: no aplicar el método Estivill no significa renunciar a la vida de pareja o pasarse la noche dando vueltas por el pasillo. Se trata simplemente de acompañar al bebé, de tratar de conectar con él para poder entender sus necesidades y adelantarse a ellas siempre que sea posible, y mientras tanto, de ponerse la vida lo más fácil posible (el colecho no es una solución per se, pero ahorra desvelos y paseos nocturnos).

Con el tiempo, las noches se disfrutan: mi hijo mayor tardaba una eternidad en dormirse. Admito que a veces era cansado, hasta desesperante, porque ponía todo mi empeño en intentar relajarle y ocurría todo lo contrario, se activaba cada vez más. Pero a veces me olvidaba del reloj y del tiempo que llevaba intentando dormirle y simplemente trataba de conectar con él, intentaba emocionarme ante el cuento que le contaba, disfrutar de los sonidos, los olores de la habitación, jugar a las sombras chinas en las paredes del dormitorio, contestar a mil preguntas que de repente le venían a la cabeza. Cuando finalmente se dormía, me quedaba un rato tumbada a su lado mientras me invadía una indescriptible sensación de paz y felicidad. Verles dormidos me recuerda el grandísimo amor que siento hacia ellos.
Si les hubiera hecho el método Estivill, nos habríamos perdido todo esto.

No aplicar el método Estivill no deja ningún tipo de secuela: mi hijo mayor es la prueba viviente de ello. Tiene 6 años y no padece ninguno de los posible problemas o trastornos que se mencionan en el libro: no tiene insomnio (ni el que se define por malos hábitos adquiridos y que solo existe en la mente del Dr. Estivill y sus secuaces, ni el insomnio infantil de verdad, que existe pero no se cura dejando llorar al niño); tampoco tiene problemas de crecimiento, ni muestra dependencia excesiva (de hecho, la gente suele considerarle un niño muy independiente), ni problemas de relación de ningún tipo. Igual es pronto para hablar del fracaso escolar, teniendo en cuenta que acaba de terminar el ciclo de infantil, pero sus maestras me han hecho saber que se ha adaptado muy bien y que muestra interés en el trabajo de clase.
Por cierto, ahora duerme solo, en su habitación, no necesita que se le haga compañía hasta que se queda dormido, a veces ha dormido fuera de casa (porque él lo ha pedido) sin ningún problema. Los que me dijeron que nunca sería capaz de hacerlo por culpa de la sobreprotección materna ya pueden ir pidiendo disculpas.

Blogs que se han sumado al Día Mundial del Sueño Feliz:




martes, 26 de junio de 2012

29 de junio: Día Mundial del Sueño feliz




Día Mundial del Sueño feliz. Se trata básicamente de desmontar los mitos que rodean el método Estivill y de inundar masivamente el ciberespacio con mensajes a favor del sueño feliz.
Imagen: cortesía de Pre Papá
Me hago eco de una iniciativa que está corriendo como la pólvora a lo largo y a lo ancho de la blogosfera: el próximo día 29 de junio será el
A tal efecto, se han creado también un grupo y un evento en facebook para coordinar las acciones a realizar, que son las siguientes:

- Anunciar este evento en los blogs tan pronto como sea posible.
- Incluir en facebook mensajes, enlaces, artículos y estudios que pongan de manifiesto las consecuencias negativas de los métodos de adiestramiento para dormir
- En twitter, el próximo 29 de junio utilizar masivamente el hashtag #DesmontandoaEstivill, para conseguir que sea Trending Topic ese día.
- En los blogs, el próximo 29 de junio publicar una entrada contando nuestras opiniones acerca del método Estivill y nuestra experiencia de sueño feliz.