Mostrando entradas con la etiqueta sobre mí. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta sobre mí. Mostrar todas las entradas

domingo, 29 de enero de 2017

La niña que no entendía los chistes

Lo diré sin preámbulos, sin rodeos y sin anestesia: tengo síndrome de Asperger.
A falta de diagnóstico oficial, de momento tengo los resultados del screening, un cuestionario llamado SCQ que requiere un mínimo de 15 puntos para poder acceder a la fase de diagnóstico propiamente dicha, y en el que he sacado la friolera de 22.
La certeza la tengo desde hace poco; la sospecha de que podía tratarse de esto y no de otra cosa, desde hará cosa de un año, cuando me topé por casualidad con la definición de síndrome de Asperger y empecé a investigar, a recopilar información con la obsesividad que me caracteriza; la sensación de que hay algo en mi cerebro que no funciona como debería, me acompaña desde que tengo uso de razón.
El veredicto de las (pocas) personas a las que se lo he contado hasta el momento ha sido unánime: no se te nota, no pareces autista. En realidad no, no lo parezco: puedo mantener una conversación normal sobre cualquier tema, miro a los ojos cuando hablo y cuando me hablan, consigo mantener bajo control las estereotipias que todavía me quedan. En distancias cortas, los más observadores han percibido detalles que llaman la atención: mi mirada es muy fija, demasiado, cuando me emociono al hablar no puedo evitar mover las manos en círculos, en ocasiones tiendo a decir las cosas sin filtro, puedo reírme a carcajadas pero nunca sonrío.
Dicen que las mujeres con Asperger a menudo pasan desapercibidas, que vuelan por debajo del radar. En mi caso no, porque ese radar detectó en más de una ocasión que mi vuelo era errático, pero viví en otra época, en la que no se estilaba hacer diagnósticos de este tipo, y en un entorno deseoso de normalizar cualquier señal de alarma, de ofrecer una explicación lógica a los síntomas que presentaba de forma individual en vez de juntarlos todos para ver si en su conjunto podían formar un cuadro clínico.
Así que crecí siendo la niña que no entendía los chistes porque no tenía sentido del humor. A falta de terapia, me enseñó la vida, aprendí a morderme la lengua, a dominar mis tics, a memorizar docenas de refranes y dichos, a repetir frases corteses que había oído con anterioridad y sonaban más socialmente aceptables que las de mi propia cosecha y un largo etcétera.
La respuesta a la inevitable pregunta que se hará quien haya leído este blog con anterioridad es: sí, se puede tener síndrome de Asperger y tener hijos, quererlos con locura e intentar criarlos con todo el amor y el apego del mundo. Tengo sentimientos como todo el mundo, aunque a veces no consiga manifestarlos de manera convencional.
A decir verdad, siempre pensé que me habría gustado ser madre, pero hubo una época en la que me empezaron a asaltar los miedos: miedo a no conectar con mi bebé, a no saber qué hacer, a crearle un trauma de por vida.
Al llegar a la treintena, el reloj biológico se me despertó, empezó a rugir con fuerza y me dije: qué porras, aprenderé. Y si sale como yo, quién mejor que yo para entenderle.
En realidad no necesité aprender nada, porque en el mismo instante en el que me pusieron en brazos a mi primer bebé, el instinto se apoderó de mí y consiguió enseñarme lo que no había logrado interiorizar en tantos años de observación. Bajé la guardia, derribé barreras. Los niños son naturales, espontáneos, leales, honestos y en ocasiones, brutalmente sinceros. No tienen matices que no percibo, indirectas que no descifro, es todo mucho más directo y sencillo.
Con todo, mis hijos saben, o intuyen, o perciben, que tengo algunas limitaciones. Son conscientes de que soy totalmente incapaz de realizar cualquier tipo de juego simbólico, de que en ocasiones tienen que pedirme que les dé un abrazo, que me asustan los ruidos fuertes o que a veces me saturo emocionalmente y necesito quedarme sola un par de minutos. Nadie se lo ha dicho nunca, parecen haberlo entendido de manera instintiva y suelen actuar en consecuencia. Soy su madre y me quieren sin condiciones y sin reservas: me basta con eso.
Hay que decir que esto también tiene su lado positivo: no hay sopa de letras, sudoku, puzzle o rompecabezas que se me resista, hay veces que parezco una enciclopedia humana y eso es muy socorrido en las rachas de preguntitis, saben que por mi parte no hay chantajes, ni manipulaciones ni mentiras.
Desde que le he puesto nombre, me siento un poco dividida. Por un lado, tengo la confirmación definitiva de que no soy normal (entiéndase en el sentido de neurotípica, y en cualquier otro) y no lo seré nunca. Por otro, me alivia en cierto modo saber lo que es, porque eso equivale a delimitarlo, analizarlo y a saber qué más.
Sobre todo, me encantaría poder viajar en el tiempo, ir a ver a la niña que fui, la niña que no entendía los chistes, que de pequeña hablaba de si misma en tercera persona, que se encogía de hombros cuando le hacían una pregunta, que tenía un rendimiento académico destacable pero se sentaba en clase con la mirada perdida, que tenía el don de hacer preguntas inadecuadas y comentarios políticamente incorrectos, que interrumpía el partido de fútbol de los compañeros de clase al pasar en medio del campo, que era tan torpe que nunca la elegían para ningún juego en equipo, tan rara que de repente se ponía de puntillas y empezaba a estirar los brazos y tenía un montón de tics nerviosos. Me gustaría decirle que no se preocupara, que había nacido en un mundo que no la entendería nunca pero acabaría encajando en él.
También me gustaría hablar con su familia, sus profesores, sus compañeros, sus amigos (pues sí, he tenido y tengo amigos) y explicarles que no hacía todas esas cosas para fastidiar ni para llamar la atención, sino porque no podía evitarlo.
De momento, me lo he explicado a mí misma, y es un primer paso.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Pendientes

En mi tierra no es costumbre poner pendientes a las niñas al poco de nacer. Algunos lo hacen, pero son minoría, y por lo general se considera chocante ver a un bebé con las orejas perforadas.
Lo normal, en el sentido de habitual, es que la niña decida cuándo hacerse los agujeros. Algunas, como mi madre, deciden no hacerlo nunca (en su caso, le causaban horror porque se quedó traumatizada al ver a su abuela con los agujeros infectados), pero en la mayoría de los casos se suele hacer a lo largo de la (pre)adolescencia.
Yo decidí que quería los míos en quinto de primaria. Tras un tiempo prudencial de súplicas, ruegos y protestas por mi parte, mi madre accedió a llevarme a que me perforaran las orejas. Se encargó de ello una amiga suya, que trabajaba en el hospital y que le había asegurado que lo haría con mayores garantías y medidas higiénicas que las que solían adoptar en farmacias y joyerías.
Permanecí quieta, en silencio y sin moverme, mientras la aguja penetraba lentamente en mi carne, sin más anestesia que mi propia determinación a convertir en real el aspecto que hasta ese momento solo existía en mi cabeza. La amiga de mi madre aseguró que había que hacerlo despacio para que el agujero no quedara torcido; en su momento, me pareció un suplicio interminable, pero la emoción de mirarme de reojo en los escaparates para ver brillar a mis nuevos pendientes ayudó en gran medida a compensar el mal trago. Sin embargo, mi alegría fue de corta duración: eran los Ochenta, la modificación corporal todavía no había llegado a las grandes masas, lo más parecido a un piercing que el ciudadano común podía ver eran unas fotos de los grupos punk que utilizaban imperdibles para atravesarse las mejillas.
Lo políticamente correcto era llevar un pendiente en cada oreja; dos se consideraba atrevido y tres era casi impensable. Mi madre, que había acabado por claudicar cuando le pedí agujerearme las orejas por primera vez, en esta ocasión se negó en rotundo. Pero eran mis orejas, y tenía claro que ni las súplicas ni las amenazas podrían conmigo. Así que seguí perforándome las orejas, a veces a escondidas, a veces desafiando a mi madre a impedírmelo. Cada agujero que llevo (y tengo muchos) simboliza una batalla que he conseguido ganar.
A día de hoy, mi hija no lleva pendientes. No quise imponerle mis gustos estéticos del mismo modo en que mi madre trataba de imponerme los suyos.
Mi marido en cambio era partidario de ponerle pendientes a la niña, esgrimía toda esa retahíla de razones que he oído cientos de veces y que nunca han logrado convencerme del todo: porque de bebés no les duele, porque le ahorras el trago de ponérselos más adelante, porque quedan muy bonitos, para que no la confundan con un niño.
Finalmente, le propuse aparcar el tema hasta que naciera la niña y tomar una decisión entonces. Esperé a que naciera, a que su padre la cogiera en brazos por primera vez, a que se le empezara a caer la baba con su hija y entonces le dije: mira qué orejitas tiene... ¿qué, se las perforamos?
Total, que decidimos no hacérselos, y me reafirmo en que fue buena decisión. Hay gente que "como no lleva pendientes" la confunde con un niño, aunque lleve un vestido o vaya de rosa o con coletas, pero es un mal menor.
En su día, me planteé que el día que quisiera ponerse pendientes se lo permitiría, que la llevaría yo misma a ponérselos; pero claro, pensaba que ese día le llegaría con 6-7 años, no ahora.
Sin embargo, lleva una racha en la que me pide que le ponga pendientes con cierta insistencia. Le encantan, se pone los míos delante de las orejas y se pavonea ante el espejo, pone pinzas de la ropa en las orejas de los peluches, me cuenta lo bonitos que son los pendientes de sus amigas...
Lo cual me hace replantearme mi supuesta apertura mental: le he descrito el proceso con pelos y señales, le he explicado que duele, que hay que hacer unas curas, que no podrá cambiarse ni quitarse los pendientes durante un tiempo. Me estoy dando cuenta de que no soy objetiva, no le hablo de ventajas y desventajas, le cuento lo malo esperando que tome la decisión de aplazar la experiencia unos años más.
Y me vienen a la cabeza todas las discusiones y broncas que tuve en el pasado por el mismo motivo. Recuerdo al personaje de una novela de Amy Tan que decía que había criado a su hija de forma completamente opuesta a como la criaron a ella para que fuera una persona distinta, y la hija acabó teniendo exactamente los mismos miedos y repitiendo exactamente los mismos errores.

 


lunes, 1 de septiembre de 2014

El hombre del cuchillo

Muy pocas personas conocen esta historia. No es plato de buen gusto y prefiero no hablar de ella si puedo evitarlo. Sin embargo, a raíz de una serie de artículos que encontré en las redes sociales me di cuenta de que esto pasa más a menudo de lo que parece, y que callarse solo sirve para perpetuar la cadena del silencio. Así que la voy a contar y a asumir todas las consecuencias; espero que se pueda sacar algo bueno de ella. 

Nuestra generación fue distinta a la de nuestras madres. A nosotras no nos dijeron que nos reserváramos para la noche de bodas, ni nos criaron para ser esposas sumisas y madres sacrificadas. Nos animaron a seguir estudiando, en ocasiones hasta nos presionaron para que lo hiciéramos, nos dijeron que podíamos ser lo que quisiéramos, nos alentaron a prepararnos y a buscar un trabajo cualificado que nos permitiera ser independientes. Pero a la vez que trataban de convertirnos en mujeres liberadas, capaces de hacer con nuestras vidas algo más que lo que el mundo se esperaba de nosotras, nuestras madres nos transmitían sin quererlo los tabús a los que habían permanecido encadenadas durante décadas.
Solo había que ver esa forzada naturalidad con la que trataban de hablarnos de sexo, ese tono aséptico y pseudo-científico que adoptaban a la hora de darnos explicaciones en materia.
Las mujeres de mi generación, o por lo menos las de mi entorno, aprendimos a agachar la cabeza si alguien nos piropeaba por la calle, porque no hacerlo habría podido considerarse una muestra de interés, nos alertaron contra el peligro de salir a la calle con ropa demasiado sugerente que habría podido atraer la atención de la gente equivocada, nos hicieron saber que hacer topless en la playa podía parecer un exhibicionismo innecesario.
Un día, cuando tenía nueve años, mi madre se quedó observándome. Tuvo que llegar a la conclusión de que mi cuerpo estaba cambiando más rápidamente de lo que le habría gustado; la verdad es que me desarrollé pronto y solía aparentar unos años más de los que tenía en realidad. Me dijo que a partir de ese momento tenía que andarme con cuidado, porque un hombre con un cuchillo habría podido raptarme, meterme en un portal y cortarme en trocitos.
De repente, mi mundo se pobló de extraños al acecho detrás de cada esquina, esperando la ocasión propicia para hacerme picadillo. Tardé bastante tiempo en dejar de mirar de reojo a cualquier desconocido con el que me cruzaba, para valorar las posibilidades que tenía de huir antes de que su cuchillo me alcanzara; tardé aún más en perdonar a mi madre por haberme infundido ese miedo absurdo e innecesario. Supongo que no se le ocurrió una manera mejor de alertarme contra algo que no se atrevía ni siquiera a nombrar.
Ningún loco me metió nunca en un portal mientras enarbolaba un cuchillo; pero aún así, sufrí abusos sexuales unos años después de haber oído esa aterradora advertencia.
El hombre del cuchillo no necesita recurrir a astucias o triquiñuelas para raptarnos, porque a menudo somos nosotros mismos los que le abrimos la puerta. A mi madre no se le había ocurrido pensar que la grandísima mayoría de agresores sexuales pertenecen al entorno de la víctima: no suelen ser desalmados que peinan la ciudad en busca de presas, sino más bien familiares, amigos, vecinos, personas a las que la víctima conoce, en las que confía y a las que quiere.
En mi caso, fue un profesor. Acabábamos de mudarnos a una ciudad nueva, me encontraba sola, aislada, asustada y llena de complejos; tengo que haber sido un blanco fácil. Había oído rumores, decían que el hombre en cuestión tenía fama de rarito, que animaba a los estudiantes a leer revistas pornográficas, que metía mano a las chicas, que a veces se llevaba a las alumnas del recreo o se ofrecía a darles clases de refuerzo individualizadas para abusar de ellas.
Pensé que era mentira hasta que lo sufrí en mis carnes, nunca mejor dicho.
En realidad no me pasó solo a mí, había seleccionado a otras tres chicas de la clase, pero por algún motivo, conmigo se obsesionó.
Me victimizaron en muchas ocasiones, y no me refiero solo al degenerado que se creía con derecho a hacer con mi cuerpo lo que le venía en gana, sino también a una sociedad hipócrita, puritana y mojigata que prefirió esconder la cabeza bajo la arena que reconocer su propia incapacidad de protegernos y mantenernos a salvo.
Fue mucho más cómodo pensar que estábamos exagerando, que no sabíamos distinguir un tocamiento de un gesto cariñoso y paternal, o una alusión sexual de una broma inocente. E incluso después, cuando quedó patente que algo grave estaba pasando, pareció más importante salvar la reputación de los que miraban hacia otro lado que nuestra sanidad mental.
En aquella época, solía pensar que habría preferido mil veces ser metida en un portal por ese amenazador extraño y su cuchillo que tener que sumirme a diario en esa degradación.
No fui a terapia ni recibí apoyo psicológico de ningún tipo. Quiero pensar que eran otros tiempos, que hoy en día se tomaría otro tipo de medidas, pero por aquel entonces la opinión general era dar carpetazo al asunto lo más rápido posible. Al profesor le abrieron un expediente, descubrí que no era el primero, pero no sirvió de nada ya que siguió en su puesto. A mí me cambiaron de instituto, se suponía que tenía que olvidar lo que pasó y seguir adelante con mi vida como si nada hubiera ocurrido.
Pero al hombre del cuchillo no se le puede olvidar, aparece a tu lado cada vez que te duchas, cuando te miras al espejo, cuando conoces a un chico que te gusta, cuando sales a dar una vuelta con una amiga. Está allí para recordarte que tu cuerpo no vale nada, que cualquiera puede hacer con él lo que le plazca, que eres menos que nadie, que no mereces ser nada más que un trozo de carne porque te han arrebatado el alma y nadie te va a querer.
Tenía 14 años cuando eso empezó, y 15 cuando acabó. Nunca llegué a ser una adolescente normal, como las que se ven en las películas, que se maquillan a escondidas, tratan de copiar la forma de vestir de las famosas, van a fiestas de pijamas o se pasan tardes enteras contándose chismes picantes.
El impacto psicológico de lo que me había ocurrido fue devastador. Yo era una niña herida, necesitada de que el mundo le dijera que no había sido culpa suya, y al mismo tiempo una mujer rebelde, conflictiva y promiscua. Dos mitades en eterna lucha entre sí, dos mitades que nunca llegaron a fusionarse ni a complementarse.
Me embarqué en una serie de relaciones autodestructivas; por un lado, huía despavorida del hombre del cuchillo, pero por otro le buscaba, le provocaba, quería que finalmente fuera a por mí y pusiera fin a todo aquello. Me engañaba pensando que no volvían a abusar de mí porque esta vez había elegido a mi verdugo.
A los 21 años conocí al que es ahora mi marido. Tuvo que aguantar muchos platos rotos porque mi tendencia era la de espantar a cualquiera que mostrase un interés genuino hacia mi persona. Sin embargo, supo esperar y permanecer a mi lado mientras poco a poco iba ganando mi confianza.
Y llegó el día en que se lo conté, lo del profesor y todo lo demás. No se aprovechó de mí, no lo puso en duda, no me juzgó, no buscó soluciones. Simplemente me escuchó y siguió a mi lado mientras vomitaba todo lo que llevaba años embotellando. Aquel día el hombre del cuchillo empezó a morir.

Han pasado muchos años, el hombre del cuchillo lleva mucho tiempo muerto y enterrado, y para ser sincera, con el tiempo he pensado en él cada vez menos.
Ahora está volviendo a mi mente porque tengo dos hijos que están creciendo, y tengo miedo de que algún día puedan estar en el punto de mira de un indeseable. Necesito ponerles en guardia, pero sin asustarles, tengo que infundirles esperanza, confianza, autoestima suficiente para que sepan que pueden acudir a mí, y que si se diera el caso, removeré Roma con Santiago para ponerles a salvo.
Conozco demasiado bien el sentimiento de vergüenza, de humillación, el miedo a que no te crean. Creo que la clave no radica en desconfiar de los demás, sino en confiar en uno mismo.

sábado, 1 de febrero de 2014

Premio Liebster Award

Ante todo, siento lo que he tardado en recogerlo, a veces siento que debería tener ocho brazos como la diosa Kali para llegar a todo a tiempo.
Me lo otorga Mon, de Entre mimos y juguetes, y me ha hecho muchísima ilusión a la vez que me ha sacado los colores teniendo en cuenta el poco tiempo que dedico al blog últimamente.
Para recogerlo, tengo que contestar a 11 preguntas y entregarlo a mi vez a 11 blogs.
 
¿Por qué ese nombre para el blog?
Ya lo expliqué en mi primerísima entrada, Kim era mi apodo favorito de los que mi madre inventaba para mí. Con el tiempo se convirtió en mi nombre online, me parecía original y fácil de recordar, y a estas alturas es una especie de alter ego, mi nombre real corresponde a la persona de la vida real y Kim a la bloguera, forera, moderadora, escritora. Mi nombre real está ligado a la obligación y Kim a la vocación, aunque últimamente estas facetas van solapándose.
 
¿Cuánto tiempo inviertes en el blog diariamente?
Mucho menos de lo que me gustaría. En realidad tengo pensado dedicarle una noche a la semana, pero no siempre lo puedo cumplir.
 
¿Miras el blog antes de acostarte y al despertarte?
A veces, cuando acabo de publicar una entrada y me entra curiosidad por saber cuánta gente la ha leído y si alguien la ha comentado.
 
¿Qué opinas de las redes sociales?
Me parecen una herramienta muy valiosa, ahora, como en todo, el peligro radica en la manera de usarlas.
 
Si pudieras tomarte un café con la persona que eligieras ¿Quién sería? 
Tendría que ser un café comunitario, porque me parece injusto elegir a una sola persona.
 
¿Qué opinas sobre que los bebes se críen con mascotas?
De entrada, me parece una experiencia muy enriquecedora. Dicho esto, ahora mismo no me encuentro en una etapa vital en la que me sienta capacitada para tener una mascota, igual me lo plantearé más adelante.
 
Un deseo
Paz, luz y amor infinito. Parecen tres deseos, pero en realidad son tres facetas del mismo.
 
Si tuvieras el poder de cambiar lo que quisieras ¿Qué cambiarías?
Cambiaría la distribución de la riqueza: si los que tienen demasiado tuvieran un poco menos, los que no tienen nada tendrían mucho más, y seríamos todos más felices.
 
¿Qué esperas de tu blog?
Seamos sinceros, escribo porque me gusta, no me vendo, trato temas que me interesan sin pensar en si tienen tirón o no... pero me gusta la notoriedad, me encanta que se me lea, así que espero que mi blog siga creciendo, gracias a vosotros.
 
El momento de tu vida
La Nochevieja de hace 2 años. Estaba tumbada en la cama, contándole un cuento a mi hijo mientras mi hija mamaba; en ese momento me reconcilié con el mundo entero, con la vida, con la Nochevieja (por si no lo sabéis, es el aniversario de la muerte de mi madre). Me sentí feliz, en paz. Los momentos destacables de mi vida suelen estar relacionados con mi estado de ánimo y no con acontecimientos concretos.
 
Nunca más...
... me traicionaré a mí misma por miedo a disgustar a alguien.
 
Y ahora lo voy a repartir a otros 11 blogs, por orden alfabético:
 
1. Aprendiendo de Adrián y Gael: por la envidia (sana) que me dan sus manualidades y por la forma inteligente y respetuosa que tiene de exponer sus ideas.
 
2. Buceando en mí: porque es pura poesía, y para desearle que disfrute de esa cachorrita que ahora mismo está buceando en ella.
 
3. Charlando en el patio: porque acaba de empezar y me gustaría que continuara, porque hoy me ha sacado una sonrisa con su última entrada. Por cierto, tengo otro premio pendiente que repartiré en la próxima entrada, este lo tenía pendiente de antes.
 
4. De repente mami: porque no he tenido ocasión de decírselo todavía, pero estoy encantada de que haya vuelta.
 
5. Habichuelas mágicas: porque me encanta su espíritu guerrero.
 
6. Lactando amando: porque es muy instructivo y al mismo tiempo me toca la fibra sensible.
 
7. Mamá es bloguera: acabo de descubrir este blog, y me ha encantado.
 
8. Mimos y teta: por esa revolución blanca, esas agallas a la hora de reivindicar lo que debería ser lo natural.
 
9. Princesas y princesos: otro blog que he descubierto recientemente, y que no he podido parar de leer.
 
10. Reeducando a mamá: porque no conozco a nadie más capaz de soltarle unos (merecidos) garrotazos virtuales a Estivill con tanta elegancia y estilo.
 
11. Soy mamá, soy persona: porque me gustan mucho los temas que trata, y cómo los trata.


miércoles, 21 de marzo de 2012

¡Mujer!

Después de haber engatusado, quiero decir convencido, a Mon a contestar a las 32 preguntas sobre si misma, me siento moralmente obligada a recoger el guantelete que me lanza en señal de reto y a contestar a las suyas...

Qué buscas? Amar y ser amada.
¿Qué sientes? Ahora mismo, un torbellino de sentimientos. Lo explicaré con detalle en cuanto consiga ponerlos un poco en orden.
¿Quién eres? Una soñadora empedernida.
¿Qué sueñas? Con hacer de mi pequeño mundo un lugar que merezca la pena vivir.
¿Hacia dónde miras? En todas direcciones: hacia atrás para recordar de dónde vengo, hacia adelante para saber adónde voy, a los lados para disfrutar del paisaje.
¿Qué deseas? Ser recordada con cariño.

sábado, 17 de marzo de 2012

3x32

Me llega de la mano de Marián, de De repente mami, esta tentadora invitación a desnudarme virtualmente. Se trata de ir contando cosas sobre mí, de 3 en 3, y si bien no estoy muy segura del interés que podáis tener en conocerme mejor, admito que me divierte mucho la idea de desvariar un poco. Así que vamos allá:

3 cosas que más te gustan de tu físico y por qué
Mis ojos: tienen un color un tanto extraño, una mezcla de azul, gris y verde, y aunque parezca mentira cambian ligeramente con el tiempo o con mi estado de ánimo. Si brilla el sol son azules, si llueve se tornan grises y si mi estado de ánimo es muy extremo (porque me siento increíblemente feliz, terriblemente enfadada o lo que sea) se vuelven verdes.
Mi pelo: curiosamente, de pequeña me acomplejaba, yo soñaba con ser rubia como las modelos de las revistas y me tocó en suerte un castaño cobrizo. Desde la primera adolescencia estuve probando todo tipo de tintes, tonalidades y mechas para intentar parecerme a alguien que no era yo. Sin embargo, con el tiempo me he reconciliado con mi pelo: después de tantos años y de tantos cambios, sigue siendo parte de mí. Después de la insensatez que cometí hace unos años cuando me lo corté (la última vez, lo juro) para cambiar de imagen, ha vuelto a ser decididamente largo.
Mis uñas: prácticamente lo único que sigo cuidando, a pesar de la falta de tiempo. Empecé a pintármelas cuando tenía unos 8-9 años, recuerdo que mi madre me hizo prometer que no me las pintarías de rojo. He cumplido mi promesa porque hasta el día de hoy nunca he recurrido al rojo "clásico", que no me gusta. En cambio, mis uñas han pasado por todos los colores del arco iris y más.

3 cualidades de tu persona que más destacas
Soy tenaz: como buena Tauro, no suelo rendirme con facilidad. La única batalla que se pierde es la que se abandona.
Soy generosa: no me refiero a lo material (en ese aspecto, soy más bien todo lo contrario), sino a los sentimientos. Si consigo superar la desconfianza inicial, no escatimo y amo sin reservas (aunque, eso sí, a veces me cuesta dar forma a tantas toneladas de amor).
Sé pedir perdón: soy orgullosa, pero si hace falta soy capaz de tragarme el orgullo e intento rectificar.

3 deseos para este año que empezamos
Salud, a toneladas, para mí y para todos los que están cerca de mí (presencial y virtualmente).
Éxito para un proyecto que hemos emprendido, que verá la luz más adelante y del que no puedo hablar.
Amor, también a toneladas y para todos, porque es lo que mueve el mundo.

3 fechas importantes para vosotras
24 de febrero de 1996, cuando empecé a salir con mi marido
12 de marzo de 2006 y 20 de septiembre de 2010, fechas de nacimiento de mis hijos.

3 regalos que hayáis recibido en estas fechas
Un dibujo precioso que me ha hecho mi hijo, en el que se ha pintado a si mismo entregándome un ramo de flores.
Una vela roja para iluminar el ratito de sobremesa con mi marido por las noches.
Unos pasteles de frambuesa, que me encantan.

3 lugares en los que has estado y te gustaría volver a estar
Roma, porque he estado mil veces pero cada vez que vuelvo la redescubro de mil formas distintas
Indonesia, el país que juré visitar antes de morirme.
Punta Cana, donde disfrutamos de una auténtica luna de miel varios años antes de casarnos.

3 motivos por los que te gusta formar parte de la blogosfera
Porque soy un poco exhibicionista: me encanta hablar de lo que me importa y ver que hay gente que lo aprecia, lo comparte, lo comentan.
Porque aquí he hecho amigas con las que me siento más en sintonía que con algunas de las "de fuera".
Porque así pongo orden en mis pensamientos y mis sentimientos (o por lo menos, lo intento).

3 libros favoritos
El secreto de la Diosa: una novela, bastante verosímil, sobre el fin del matriarcado. Fuerte, intensa y a ratos cruel, pero inolvidable. Después de leer a Lorenzo Mediano he sido incapaz de encariñarme con los descafeinados personajes de Jean M. Auel.
El nombre de la Rosa: cada vez que la leo (y ya lo he hecho unas cuantas veces) descubro nuevos detalles que se me han pasado por alto. Uno de los autores que más admiro, y no porque sea de mi tierra.
Cien años de soledad: la leí en el instituto y me aburrió. Años después, me pareció magistral.

3 cosas que te gustaría hacer y todavía no has hecho
Escribirle una carta de amor a mi marido.
Adelgazar.
Hacerme un piercing: no es broma, la última vez que me corté el pelo me arrepentí tanto que me dije a mí misma que, si algún día volvía a sentir la necesidad de cambiar de imagen, optaría por la aguja en vez de la tijera. Estoy empezando a sentir esa necesidad... ¿Nariz, lengua o ceja?

3 sitios donde no has estado pero te gustaría visitar
Bora Bora: soy muy urbanita pero lo dejaría todo para vivir en una cabaña al lado de la playa (con mis seres queridos, por supuesto).
Nueva York: una ciudad llena de contrastes que no me quiero perder.
La India: país fascinante donde los haya, magia en estado puro.

3 de tus comidas favoritas
Bucatini all'amatriciana: puestos a pedir, los que preparan en Perilli.
Patatas, hechas de cualquier manera.
Nutella: por su trascendencia en mis recuerdos infantiles, porque como engorda mucho no la como casi nunca, por el regustillo a chocolate que deja en el paladar incluso horas después de haberla terminado.

3 olores que te gusten
El pelo de mis hijos, ya lo conté en esta entrada.
Café recién molido: huele a hogar.
Vainilla: dulce y al mismo tiempo sensual.

3 sueños (¿cumplidos?)
Ser fiel a mí misma.
Escribir un libro.
Ser feliz y hacer felices a los que me rodean.

3 personas
Mi madre, mi padre y mi marido: por enseñarme, acompañarme, protegerme y valorarme; por conocerme mejor de lo que me conozco a mí misma y no restregarlo nunca.

3 colores
Violeta: mi color favorito, desde siempre.
Negro: es considerado un color sombrío por ser el color de la oscuridad; pero la oscuridad también es magia y promesa. Además, es mi comodín por excelencia a la hora de elegir ropa: combina con todo y adelgaza un montón.
Blanco: en muchos países (en China y en la India, entre otros) es el color del luto y de la muerte. Será que no temo a la muerte, pero a mí me transmite tranquilidad.

3 nombres de chica
Miriam: según algunos, es una variante de María, según otros un nombre diferente. Sea como sea, es el nombre de mi hija, y significa "la elegida".
Noelani: es un nombre hawaiano que significa "nube del paraíso". En su día lo barajé, pero mi marido es más - digamos - clásico para los nombres, y además mis hijos decidieron cómo se llamarían cuando estaban en la barriga (algún día contaré esa historia por entero).
Gaia: es un nombre bastante popular en Italia, y viene a su vez de Gea, diosa de la Tierra en la mitología griega.

3 nombres de chico
Elías: es el nombre de mi hijo, el nombre de un profeta y el nombre del médico que me salvó la vida antes de que viniera al mundo.
Dylan: nombre celta que significa "hijo del mar".
Federico: cuando era niña, decidí que si algún día tenía un hijo le llamaría así. Fue mi nombre favorito durante muchos años.
Por cierto, no soy religiosa, soy más bien mística, pero me acabo de fijar en que casi todos los nombres que he elegido hacen algún tipo de referencia a la divinidad. Curioso.

3 estados de ánimo que sueles tener a menudo
Felicidad
Agradecimiento
Expectación

3 momentos de tu vida
Cuando me casé y cuando nacieron mis hijos

3 animales
Tigre: el signo al que pertenezco según el horóscopo chino. Desde siempre, me han gustado los felinos.
Gato: el equivalente casero del tigre.
Ave Fenix: por su capacidad de regeneración (creo que no se especifica que los animales no puedan ser imaginarios).

3 canciones
Me quedaré solo, de Amistades peligrosas, porque estaba sonando cuando ligué con mi marido (o él conmigo, no lo tengo muy claro).
Miracle of love, de Eurythmics, porque cuando estaba embarazada de mi hijo mayor pensaba en él como un milagro de amor.
Peinas el aire, de La Caja de Pandora, porque la oí por primera vez cuando esperaba a mi hija y la relaciono con ella desde entonces.

3 películas
Forrest Gump
El color púrpura
Las cenizas de Angela

3 sitios de la ciudad en la que vives
El parque al que voy con mis niños
La cafetería donde mi marido y yo nos pasábamos horas hablando del futuro
El monumento frente a mi primera casa

3 mentiras piadosas
Te veo mejor
No me pasa nada
No he oído el móvil

3 personajes públicos que te repateen
Eduard Estivill: por plagiar y propagar el maltrato psicológico y por la arrogancia con la que enarbola los supuestos estudios que defienden su aberración a la vez que desacredita e incluso desmiente los que la desaconsejan.
Ana Obregón: a mi juicio, posiblemente la peor actriz de series del panorama nacional. Además, me sorprende que semejante falta de talento vaya unida a manías de grandeza.
Princesa Letizia: quizás no le tendría tanta tirria si los medios de comunicación no se empeñaran en ensalzar constantemente su sencillez y cercanía. Me parece fría, calculadora y un tanto estirada.

3 cuentos infantiles
Pinocchio: pero el original, escrito por Collodi. Una historia de otros tiempos y aún así tan actual.
El libro de los colores: no es exactamente un cuento, pero se lleva la palma en cuanto a momentos de risa tonta. Sale una ilustración en la que se ha cambiado el orden de las cosas, y mi hijo y yo nos mondábamos hablando del sol en el suelo.
Geronimo Stilton en el reino de la fantasía.

3 cosas que te recuerdan a tu niñez
Los chicles Big Babol
El muñeco Cicciobello
Nadar con aletas

3 juegos de mesa
Mah Jongg: me refiero a la versión de mesa, no al videojuego de emparejar fichas que se ha hecho popular en internet. Jugué auténticos maratones con mis padres, soy bastante mala pero es un juego que me fascina.
La oca: el primer juego de mesa que aprendí.
Il trabocchetto.

3 personajes públicos que te gusten
Carlos González
Julia Roberts
Giobbe Covatta

3 personas (públicas o no) a las que admires
Mi marido, por ser como es y por haber aportado la parte que le faltaba a mi alma.
Rafi López, creadora de Dormir Sin Llorar, por todo lo que ha conseguido y por lo que va a conseguir, por su amistad y muchas cosas más.
Gandhi.

3 cosas que harías/comprarías si te tocara un premio muy gordo en la lotería
Un piso en la playa.
Un Volvo V60 para llegar hasta allí.
El resto del dinero, lo ahorraría para el futuro de mis niños.

3 puntos negativos de tu carácter
Soy impulsiva: tiendo a decir lo primero que me pasa por la cabeza y no siempre es lo más adecuado.
Analizo demasiado las cosas.
Me enfado con facilidad.

Y le paso el reto a...
Mon, de Entre mimos y juguetes.
Yasmin, de Aprendiendo de Adrián y Gael.
Pilar, de Maternidad Continuum.