Mostrando entradas con la etiqueta habiba. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta habiba. Mostrar todas las entradas

viernes, 24 de junio de 2011

La dictadura de los sentimientos

Hand and heart, de idea go
http://www.freedigitalphotos.net
A estas alturas, todos los que hayáis seguido el caso ya sabéis que Habiba ha podido reunirse con su hija. No se puede decir que se haya hecho justicia, porque la verdadera justicia no habría tardado tres semanas en poner remedio a semejante atropello; digamos entonces que, afortunadamente, las aguas han vuelto a su cauce.

Habiba y Alma disponen ahora de toda una vida para recuperar el tiempo perdido. Deseo a ambas, de todo corazón, que puedan reanudar la lactancia, que al abrazarse por la noche se fijen en el brillo de las estrellas y no en la negrura de las tinieblas, que logren encontrar la paz interior que merecen, y que con el tiempo consigan perdonar.
Espero que la pequeña Alma llegue a olvidar lo sucedido, y que su herida consiga sanarse; por desgracia, Habiba jamás podrá olvidar la pesadilla en la que se ha visto envuelta.
Espero que las dos puedan reconstruir su relación lo antes posible, redescubrir los momentos mágicos, tan corrientes y al mismo tiempo tan especiales, que hacen de cada relación algo único e irrepetible.
Y mientras Habiba y Alma se entregan otra vez a la feliz cotidianidad que nadie debería haber interrumpido, creo que lo correcto sería empezar a depurar responsabilidades. Alguien puso en marcha la maquinaria insensata que estuvo a punto de cortar para siempre el cordón que unía Habiba a su hija, alguien lubricó los goznes para que la máquina siguiera su camino durante tres semanas. Esta tremenda historia tiene que haber dejado un rastro de papel, unas pruebas, algo tangible que se pueda utilizar para que semejante injusticia no se vuelva a repetir.
No existe tema que me aburra más que la política, y no creo que el problema se solucione a base de arremeter contra un grupo u otro. Detrás de los políticos, de los partidos y de las instituciones hay personas que viven, piensan y sienten igual que todos nosotros.
Ya lo comenté en otra entrada, lo que realmente me ha dado miedo de la historia de Habiba es que ha sido traicionada por quienes deberían haberla ayudado. No consigo entender que un programa de habilidades maternales trate de convencer a las madres a ignorar el llanto de sus bebés, a reemplazar brazos y teta por cuna y chupete, a aceptar como única opción correcta una visión sesgada y a mi modo de ver bastante simplona de la maternidad.
Empezamos pensando; después, decidimos que por pensar así somos superiores a los que opinan de forma diferente; entonces tratamos de obligar a los demás a pensar igual que nosotros; finalmente, decidimos castigar a los que siguen pensando con su propia cabeza.
Así funcionan las dictaduras y el fanatismo religioso; así es como funcionaba el famoso programa de habilidades maternales que trató de someter a Habiba y la "castigó" por hacer más caso a su instinto que a unos dictámenes de dudosa eficacia.
Siempre he pensado que para aprender a ser madre no hacen falta libros, ni tratados, ni programas, ni consejos, ni expertos: la maternidad es lo más intuitivo y visceral que existe, es amor y simbiosis en estado puro. La única dictadura a la que pienso estar sometida es a la de los sentimientos.


sábado, 18 de junio de 2011

Desorden y felicidad

Confieso que al escribir la entrada anterior, acerca del caso de Habiba, sentí miedo. Si la lactancia a demanda e intentar construir una relación materno-filial basada en el cariño y el apego fueran razones de peso para privar a una madre de su bebé, más de una y más de dos acabaríamos en la lista negra de las madres en peligro de perder la custodia de sus hijos.
Quiero pensar que el caso de Habiba ha sido un monstruoso error administrativo, una aberración que ya no se va a repetir, una tremenda injusticia que será reparada con prontitud (espero). Porque de lo contrario, miedo me da que el estado, o quien por él, se crea con derecho a husmear en nuestra cotidianidad y decidir si nuestra forma de hacer las cosas es acorde a la corriente dominante.
Bastante tenemos ya con escuchar y rebatir las opiniones, a menudo no solicitadas, de familiares que quieren imponernos como ley de vida las recomendaciones de hace treinta años, de la vecina del quinto que piensa que lo que hacía con su hijo es de aplicación universal para toda la población infantil, de las docenas de expertos de todo tipo, con y sin cualificación, que salen de debajo de las piedras para decirnos cómo tienen que comer o dormir nuestros hijos, cada cuánto tienen que ir al baño o lo que tenemos que hacer en caso de rabietas.
Nos quieren proponer una educación rígida y encorsetada, donde todo esté bajo control y sometido a un sinfín de normas y reglas (por no mencionar los tan cacareados límites). Pienso en eso e imagino una familia como las de los anuncios, una casa impoluta donde la mamá pasa la aspiradora con zapatos de tacón mientras los niños, repeinados y vestidos con la ropa de los domingos, esperan tranquilamente sentados en el sofá a que se les dé permiso para ir a su habitación a jugar mientras esperan a que llegue el papá para saludarle con una sonrisa.


Easter rabbit in grass, de patou
www.freedigitalphotos.net
Pues yo no quiero un mundo así, prefiero una casa patas arriba, cojines de todos los colores tirados por el suelo, juguetes que aparecen en el lugar menos pensado, la cama sin hacer porque siempre hay alguien en ella, una cama que es el centro neurálgico de la vida familiar, un lugar donde dormir, amar, comer, jugar y hablar. Prefiero una mamá con chandal y coleta que se tira al suelo para hacer puzzles y carreras de coches, que cuando pierde los estribos es capaz de pedir perdón, que olvida el reloj y mide el tiempo escuchando los latidos de su corazón. Prefiero unos niños sudados de tanto correr, que montan en bici por el pasillo y patinan por el salón, que pintan en la pared y después ayudan a limpiarla, unos niños inquietos, despeinados y con las mejillas enrojecidas por el esfuerzo y la alegría. Prefiero un papá que nada más llegar a casa tira el maletín al suelo y se pone a jugar a las cosquillas mientras se le iluminan los ojos de felicidad.
Recuerdo que una vez, cuando era pequeña, en ocasión de una regañina mi padre me dijo que yo necesitaba disciplina, y le contesté: la disciplina es buena para los soldados, pero el mundo lo cambian los pensadores. Enmudeció, no sé si por la prontitud de mi respuesta o por la declaración de intenciones que se escondía tras ella.
He tratado de hacer de ella mi bandera: hace mucho que he entendido que no puedo cambiar el mundo, pero puedo negarme a que el mundo me cambie a mí. Quiero que el día de mañana mis hijos recuerden su infancia como una etapa que ha merecido la pena vivir.
No quiero que me enseñen rutinas y trucos para vivir mi maternidad desde la distancia, el desapego y el autoritarismo. Reivindico mi derecho a vivir mi vida como yo he elegido vivirla, no quiero un páramo aséptico vacío de sentimientos, prefiero mil veces mi desorden, mi mundo imposible con sorpresas detrás de cada esquina, donde las heridas se siguen curando con un beso.


lunes, 13 de junio de 2011

Ayudemos a Habiba

En esta ocasión, voy a dejar de lado mis reminiscencias de juventud para dedicar unas palabras a un caso del que últimamente se han hecho periódicos, redes sociales, blogs y demás medios de comunicación.
Siempre he pensado que lo peor que le puede pasar a uno en la vida es perder a un hijo. La muerte es caprichosa e irreversible, pero una desaparición puede ser incluso peor, deja la misma sensación de vacío sin la certeza del fin.
Algo parecido le ha ocurrido a Habiba, separada de su bebé sin ni siquiera una orden judicial, por el capricho absurdo de una institución. Cuando el caso salió a la luz y antes de que el IMMF (Instituto Madrileño del Menor y la Familia) enturbiara las aguas con afirmaciones vagas, se dijo que Alma, la hija de Habiba, había sido arrebatada de los brazos de su madre porque ésta la amamantaba "de forma caótica y no alimenticia", es decir a demanda, tal y como recomiendan la OMS y otros organismos oficiales.
Sin embargo, la historia de Habiba es mucho más que la reivindicación de la lactancia: la suya es una lucha contra el sistema, una negativa a doblegarse ante unas exigencias que no comparte ni comprende.
Si hay algo que he conseguido aprender en la vida, ha sido a luchar por mis ideales. Cuando nos enfrentamos al sistema, corremos el riesgo de ser pisoteados por una maquinaria implacable, pero desde que tengo memoria me produce cierta repugnancia la idea de verme obligada a adoptar unas normas que no me benefician en nada.
Entiendo a Habiba, entiendo su rechazo, el rechazo íntimo, profundo y visceral que toda madre debería sentir a la hora de obedecer unas imposiciones que solo causan dolor y sufrimiento, para adquirir unas "habilidades maternales" preconcebidas por quien considera la maternidad un desierto de hielo, frío y uniforme.
Habiba ha sido coaccionada por el centro de acogida en el que residía, ha sido traicionada por quienes deberían haberla apoyado.
Heart rotto, de idea go
http://www.freedigitalphoto.net/
Mucho se ha escrito ya sobre ella desde ese terrible lunes de finales de mayo, cuando su pequeña fue arrebatada de los brazos en los que había encontrado amor y cobijo a lo largo de su corta vida. Ahora yo también me sumo, por lo menos oficialmente, a la multitud de voces que claman al cielo, decididas a intentar convertir este mundo en un lugar que merezca la pena vivir.
Aparte de indignarme, me pregunto qué se puede hacer. En realidad me temo que no mucho, salvo difundir la noticia, enviar cartas de protesta y acudir a manifestaciones pacíficas. Se ha creado una petición para que el IMMF reúna a Habiba con su hija que se puede firmar online: hacen falta 25.000 firmas, hasta la fecha se han recogido algo más de 7.700. Se puede firmar la petición haciendo clic en este enlace. Espero que nuestras firmas consigan que se haga justicia.Como decía Madre Teresa, a veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara una gota.