miércoles, 8 de junio de 2011

Cuestión de pelos

Hair, de Graeme Weatherston
http://www.freedigitalphotos.net


Cuando era pequeña, mi madre solía contarme la historia de Sansón y Dalila, o mejor dicho, una versión edulcorada y menos sangrienta de la misma. Nunca supe si era una historia con moraleja, una advertencia a no compartir mis secretos con personas indignas de confianza o si me la contaba simplemente para entretenerme. Fuera como fuera, a mí me fascinaba, mi imaginación infantil fantaseaba con un Sansón de melena salvaje, me parecía de lo más natural que la fuerza de uno dependiera de su pelo.
De niña solía llevar el pelo corto, y lo odiaba. Según mi madre, era "una medida higiénica", pero nunca consiguió explicarme qué ventajas veía en ese corte andrógino y anónimo. Yo recuerdo que lo detestaba con todas mis fuerzas.
Supongo que en cierto modo quería ser Sansón, el héroe capaz de destrozar un templo con la sola fuerza de sus brazos. Cuando tuve edad para elegir, exigí llevarlo largo, aunque eso supusiera tener que soportar largas sesiones de cepillado, algún que otro tirón y una serie de peinados francamente horribles (cuando yo tenía 8 años, una farmacéutica tuvo la brillante idea de decirle a mi madre que una coleta tirante y trenzada en lo alto de la cabeza era muy efectiva para evitar el contagio de piojos y me "castigó" con ella durante un año escolar entero).
Desde entonces, siempre he tenido el pelo largo; a veces un poco por debajo de los hombros, a veces hasta la cintura, pero decididamente largo. No es por estética, sinceramente creo que me favorecería más otra medida, pero el pelo largo se ha convertido en parte de mi personalidad: bastan tan solo unos centímetros menos para sentirme desnuda e indefensa. He acabado por convertirme en Sansón, mi fuerza vital reside en el cabello. Voy a la peluquería con cierta regularidad para mantenerlo sano, pero aborrezco las peluqueras creativas y las que me cortan las puntas cuando no hace falta, "solo para sanearlo", y me cortan cinco centímetros cuando solo ha crecido tres. En mi vida de adulta, solo me lo he cortado tres veces, y ahora que lo pienso, las tres ocasiones han coincidido con cambios importantes en mi trayectoria vital.
La primera vez fue a los once años. En realidad, no lo quería cortar, pero quería cambiar de imagen, dejar atrás mi aspecto aniñado, sustituirlo por un peinado más sofisticado, más acorde a la adulta en la que me quería convertir. Quería que fuera una especie de rito iniciático, pero tuve mala suerte: en vez del corte moderno y transgresivo con el que había soñado, salí de allí con un rapado a lo chico bastante vergonzoso.
La segunda vez fue con veinte años, tras una ruptura para mí muy dolorosa. Imagino que fue mi manera de romper definitivamente con el pasado, de intentar convertirme en una persona capaz de comerse el mundo, alguien que dejaría de sufrir. Esta vez tuve más suerte, porque en la peluquería respetaron mis deseos y me cortaron el pelo exactamente como les pedí. Aún así, solo tardé un día en arrepentirme, en comprender que había permitido que me arrebataran parte de mi ser.
La tercera y última fue unos meses después de fallecer mi madre y convertirme en madre yo misma. Fue un gesto desesperado, dictado por la voluntad de romper con mi dolor, de gritarle al mundo, a través de mi apariencia, mis ganas de luchar contra el destino. De camino a casa, me miraba disimuladamente en todos los escaparates, pensando que esa persona a la que apenas reconocía podría con lo que yo no había podido. Había olvidado que me había convertido en Sansón, y que esos tijeretazos habían robado mi energía. Las dos veces me arrepentí amargamente al día siguiente, y me he jurado que si un día decido cambiar de imagen me haré un piercing, pero no volveré a tocar mi pelo.
Así que tras muchos meses de espera y unas cuantas sesiones de peluquería cortando solo las puntas, vuelvo a tener el pelo largo, y a sentirme como Sansón, que pudo aguantar lo suyo.
Ahora parece que la historia se repite, porque mi hijo también ha decidido que se va a dejar crecer el pelo. Afortunadamente, él no se identifica con Sansón, le gustan la Edad Media y las leyendas de caballeros, y quiere el pelo largo para parecerse a Lancelot. Por mi parte no hay problema, lo arreglaremos periódicamente hasta dejarle una melena digna de un buscador del Grial. Todavía le queda un largo camino para lograr su objetivo, pero ya ha conseguido una medida que roza la irreverencia, y de la que me siento orgullosa como si fuera un logro mío. A quien me pregunta, digo que es su pelo y su decisión y que respetaré ambas cosas, pero en realidad es más que eso, me encanta ese ramalazo rebelde que atisba de vez en cuando, es cuando más me doy cuenta de que es hijo mío, un pequeño guerrero dispuesto a romper moldes como en su momento hizo Sansón.

2 comentarios:

  1. Si a él le gusta así es lo importante, no me gusta nada que haya una medida de pelo "oficial" para niños o niñas, mi peque apenas tiene pelo todavía y por culpa de ello tengo que aguantar constantemente "que niño más majo" aunque vaya con una falda...

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  2. Eso también me pasa a mí, también tengo una niña, tiene 9 meses y como no le he puesto pendientes me sueltan contínuamente lo de "qué niño más guapo"...

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