miércoles, 18 de enero de 2012

Normas, costumbres, tratos y acuerdos


El otro día me tocó mantener, muy a mi pesar, el enésimo debate sobre las normas.
Todo empezó cuando mi interlocutor comenzó una conversación-monólogo acerca de un niño al que conozco: este niño tiene una serie de problemas que ahora no vienen a cuento, y que a mi modo de ver se deben a una situación familiar algo delicada. Sin embargo, mi interlocutor se empeñó en que el único problema del niño era su incapacidad de acatar las normas, puesto que su madre comete el gravísimo e imperdonable error de no obligarle a ello (aunque os parezca increíble, os juro que la madre en cuestión no soy yo).
No pude contenerme, y le hice saber que en mi opinión, la madre está en su perfecto derecho de hacer lo que le dé la gana en su propia casa, y que no tiene ninguna obligación de hacer caso a consejos o imposiciones de terceros; puesto que la diarrea verbal acerca de la necesidad de normas parecía no tener fin, traté de acortarla explicando que opino que las normas son buenísimas, siempre y cuando sean para todo el mundo, adultos y niños. En cambio, es posible que un niño se muestre reacio, por ejemplo, a recoger su habitación si ve que su padre se pasa el día tumbado en el sofá delante de la televisión: añadí que, a mi modo de ver, eso no suele ocurrir por culpa de la rebeldía del niño, sino de la incapacidad del padre de predicar con el ejemplo. Para rematar, dejé claro que en mi opinión, la disciplina estricta suele ser más apropiada para un cuartel militar que para una familia.
3d Chain Breaking de David Castillo Dominici
http://www.freedigitalphotos.net
Mi breve alegato tuvo que resultar sumamente ofensivo para mi interlocutor, que se apresuró a cambiar de tema. En cuanto a mí, llevo varios días dándole vueltas y a pesar de ello, sigo sin entender por qué tantos adultos (la práctica totalidad de los que conozco, a decir verdad) se obsesionan de esta manera con las dichosas normas.
Me gustaría decir que en mi casa no necesitamos nada de eso, pero sería mentir. Admito que una convivencia necesita ser mínimamente reglamentada para no convertirse en un caos; sin embargo, lo que no me entra en la cabeza es la obcecación con la que algunos pretenden cuadricular cada faceta de la vida de los niños.
Hablando de normas, en mi casa está prohibido insultar y pegar. Es, como decía antes, una norma que considero lógica y sensata y de aplicación universal para todos, tanto los que vivimos aquí como los que vienen de visita. También están prohibidas las actividades consideradas dañinas o peligrosas y unas cuantas cosas más, pero no muchas.
Por lo demás, tenemos costumbres, que vienen a ser una especie de normas flexibles. Son cosas que habitualmente hacemos porque las consideramos necesarias o beneficiosas, pero creemos que no se acabará el mundo si nos las saltamos en un momento puntual. Por ejemplo, a diario nos damos un baño o una ducha porque nos gusta estar limpios y no queremos que la gente nos haga el vacío por oler mal, pero si un día estamos demasiado cansados o se nos echa el tiempo encima conseguimos prescindir del aseo diario sin remordimientos. Los amigos de las normas argumentan que, si se le concede a un niño la posibilidad de saltarse el baño un día, querrá saltárselo siempre: no sé si será así con los niños de los demás, pero a los míos decididamente no les ha pasado nunca. Tenemos ciertas rutinas, no por gusto sino por cuestión de organización, pero suelen ser bastante flexibles.
Sobre todo, cuando los deseos de mi hijo chocan con los nuestros, hacemos tratos (a la peque todavía no le ha llegado la edad de negociar, pero todo se andará). Los amigos de las normas suelen horrorizarse cuando lo menciono, porque les parece un disparate permitir que los niños opinen e incluso decidan acerca de sus vidas. Lo llaman anarquía, yo lo llamo democracia, un sistema donde todo el mundo tiene derecho a dar su opinión y a ser escuchado. Para algunos, la democracia es un sistema donde gana quien tiene la mayoría: en otras palabras, si los padres quieren hacer algo y el niño no, el niño se fastidia, porque está en minoría.
Lo bueno de los tratos (por lo menos, de los que hacemos en casa) es que cada parte suele ceder un poco, no se obtiene todo lo que se pretendía pero tampoco se renuncia completamente a ello, y además me parece un ejercicio excelente para que mi niño aprenda a ser flexible, a empatizar con los demás y a cumplir su palabra. Si mi hijo quiere jugar a disfrazarse con mi ropa o la de su padre, le dejo siempre y cuando se comprometa a dejarlo todo como estaba cuando termine. Sabe que si no lo hace, no podrá volver a jugar: no porque le castigue, ni para que entienda quién manda, ni siquiera porque el trato vaya a ser sustituido por una norma rígida e inflexible, simplemente porque es mi ropa y yo dispongo de ella, al igual que cada uno es libre de administrar sus pertenencias como mejor le plazca. Es una lección que ha aprendido hace mucho, más o menos cuando tenía unos dos años y yo no le obligaba a compartir sus juguetes aunque tuviera que enfrentarme a las miradas asesinas y a los sermones de amigos y familiares. Como decía antes, creo que las normas son buenas cuando son para todo el mundo.
He llegado a la conclusión de que establecer un complicado entramado de normas de obligado cumplimiento es elegir el camino fácil: solo hay que dar órdenes y esperar que los demás las cumplan. Lo difícil es replantearnos nuestra actitud cuando es necesario, descubrir que hemos sido injustos aunque pretendiéramos ser ecuánimes, pedir perdón porque al no tener un esquema fijo es más fácil cometer un error.
Lo más gratificante de todo es darnos cuenta de que no estamos criando tiranos, como los consejeros profesionales predijeron en su día (se equivocaron, para variar), sino pequeños librepensadores con sus ideas y sus maravillosos razonamientos, no siempre aceptables pero sin duda admirables y sorprendentes por su lucidez y complejidad, personitas que analizan, negocian y sobre todo empatizan con nuestras propias necesidades, porque como se suele decir, de tal palo tal astilla.
Hay que tener ganas de amargarse la vida con las normas, con lo bonito que es llegar a un acuerdo.

5 comentarios:

  1. Creo que lo que sucede a los mayores es que tienen miedo, tenemos miedo. Siempre se juega con nuestros miedos cuando se nos quiere controlar: juegan con nuestro miedo en el embarazo, en el parto, en la lactancia, en la crianza ...
    A los adultos se nos inunda con normas (muchas absurdas y sin sentido), se elimina nuestra parte consciente y surgen comportamientos y actitudes poco deseables.
    Entonces se vuelve a jugar con nuestro miedo. Hay que inventarse nuevas normas para hacer frente a esos comportamientos. Es una cadena constante.

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  2. Hay gente que no se da cuenta de que los hijos aprenden por imitación más que por unas normas. Si gritas gritarán, si dices tacos los dirán, si no eres ordenado tampoco lo van a ser ellos, si eres delicado para comer no puedes pretender que ellos coman de todo...

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  3. Hola Kim, solia verte en otros blogs comentando y he venido a conocerte un poco. Sobre el tema de las normas estoy muy de acuerdo contigo, como dices, es ganas de complicarse la vida! Yo opino que las normas, las justas y necesarias para asegurar la convivencia.. y además creo que hay normas que ni siquiera hace falta verbalizar, porque surgen naturalmente entre todos los miembros del grupo. La flexibilidad es importantísima, también la queremos para nosotros, verdad? como dices.. esto debe ser algo para todos.
    Me alegra descubrirte, Kim. Un abrazo!

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  4. Anuska: creo que tienes razón, la voluntad de tenerlo todo bajo control suele surgir del miedo. Pero se trata, como tú señalas, de luchar contra los propios miedos infundiéndoselo a los demás. Por ejemplo, muchos "amigos de las normas" que conozco, y que opinan que con los niños deberíamos tener mano dura, luego se demuestran sorprendentemente indulgentes consigo mismos, por ejemplo saltándose el límite de velocidad en la autopista. Para algunos, las normas son buenas solo cuando afectan a los demás.

    Marián: estoy completamente de acuerdo contigo.

    Carol: ¡¡Bienvenida!! Te debo una visita virtual. Besos.

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  5. Ole y ole, que hartura de discutir con el personal! Mira: http://www.elcartapaciodegollum.com/2012/01/17/podeis-pasar-a-pedir-disculpas/

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