viernes, 8 de julio de 2011

Profesión: mamá


Cuando comento que he cogido un año de excedencia para cuidar de mi hija, la gente habitualmente me felicita por haber tomado esa decisión: suelen decirme que es una suerte poder encargarme de la niña sin necesidad de pedir favores a los abuelos o de recurrir a una guardería. Sin embargo, cuando añado que, si la economía lo permite, pienso alargar ese tiempo dos años más, es decir hasta el máximo legal permitido, las miradas se vuelven incómodas y las felicitaciones cesan por completo. Se supone que debería estar muriéndome de ganas de volver a mi vida de antes, que me estoy sacrificando por el bien de mi familia pero no debería pasarme, y cuando digo que disfruto de cada minuto del día, me suelen mirar con una mezcla de incredulidad y desdén.
Me parece que he topado con una de esas innumerables normas sociales no escritas que nunca he entendido y siempre me he negado a cumplir.
Por alguna extraña razón, pedir un año de excedencia es una opción respetable, pero una duración superior entra en el terreno de lo políticamente incorrecto. Mucho me temo que, cuando se me acabe el año, dejaré de ser una madre responsable, entregada y comprometida con su familia para convertirme en un parásito perezoso y descuidado que no tiene ganas de trabajar.
Vaya por delante que mi trabajo no me disgusta. No es lo que siempre soñé, pero tengo un empleo decente, medianamente cualificado, bastante bien pagado. Tengo la suerte de poder trabajar a jornada reducida y de elegir el horario que mejor se adapta a mis necesidades sin que me pongan malas caras ni me hagan la vida imposible. Tenía buen feeling con algunos compañeros, y sinceramente en ocasiones echo de menos los cafés de media mañana, los cotilleos en el pasillo y echarnos unas risas. Sin embargo, ahora estoy centrada en otras cosas y no tengo prisa por volver. Mi trabajo no salva vidas ni afecta al futuro de la nación, simplemente vuelve a la empresa que me contrata un poco más rica que antes, así que alargar mi paréntesis laboral no me supone ningún cargo de conciencia.
Lo que me cansa es tener que explicar que estar de excedencia no significa que no esté haciendo nada. No me toco las narices, no me paso el día delante de la televisión comiendo galletas, no soy una mantenida: mi profesión es la de mamá, con todo lo que conlleva.
Ser mamá es mucho más que cambiar pañales o ir un rato al parque. Ser mamá debería ser considerada una formación en toda regla, puesto que capacita para muchas profesiones que tienen reconocimiento oficial.
En calidad de mamá, me estoy sacando un doctorado en psicología infantil, a la vez que estoy haciendo prácticas en muchos campos.
He hecho un master en lactancia, me he especializado en relactación y ahora tengo mis miras puestas en conseguir el título en lactancia prolongada.
También tengo formación en endocrinología y nutrición infantil, conozco de memoria las tablas de introducción de alimentos y las pautas de la OMS para la introducción de sólidos; ocasionalmente, me entretengo con la cocina creativa para hacer más atractivos los alimentos que no suelen ser del agrado de mi hijo mayor.
También trabajo como maestra, ayudo a leer, a pintar, a dibujar; sé contestar a un montón de preguntas, incluso a las más embarazosas y sin sonrojarme siquiera.
Por las tardes y los fines de semana suelo hacer prácticas como psicomotricista y durante los meses estivales me convierto además en monitora de natación.
Ocasionalmente, hago incursiones en los campos de pediatría, puericultura y enfermería. Puedo diagnosticar una fiebre sin recurrir al termómetro, consigo dosificar correctamente los medicamentos y decidir si la patología requiere acudir a urgencias o es suficiente un poco de reposo.
En mi tiempo libre, trabajo como animadora de fiestas infantiles, especializada en diseño de vestuario y en decoración y restauración de interiores.
Como datos de interés, añadiré que conozco los nombres de todos los Gormitis, de los Invizimals y de los personajes de Bob Esponja; puedo hacer hamburguesas de plastilina y sé montar un castillo de Playmobil sin apenas mirar las instrucciones.
A cambio, obtengo la mejor remuneración del mundo, la más valiosa: besos y sonrisas, ver cómo a mi hija se le ilumina la cara de felicidad cuando la cojo en brazos y oír decir a mi hijo que soy la mejor mamá del mundo.
Me encanta ser mamá.

2 comentarios:

  1. precioso, yo después de ser mamá elegi dejar uno de mis trabajos, para estar, con todas las letras. No hay que perderse nada del tiempo con nuestros hijos. :)
    te mando un abrazo, me encantó tu blog

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  2. A mi me pasa igual, he decidido dejar de trabajar para dedicarme a mis hijos, dejar dejar, si Dios quiere para siempre. Cuando me preguntan digo que me he jubilado, jejeje, y no veas las caras que me encuentro. Pero me da igual, es una decisión compartida con mi marido, nuestra y no tiene que meterse nadie más. Me ha gustado tu blog, espero que no te moleste que te lea y te comente alguna vez. Un saludo. Pro cierto me ha interesado mucho lo de relactar, a ver si encuentro algo por ahi para leer, yo no intenté a los dos meses de que se me cortara la leche, hasta me mediqué y no lo conseguí porque me desalentaron bastante...

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