Continuación de:
Heridas cicatrizadas I - Un mal comienzo
Heridas cicatrizadas II - Lucha y rendición
Heridas cicatrizadas III - Descubriendo la magia
Dos años después de los acontecimientos que acabo de relatar, mi fracaso en la lactancia se había convertido en una espina en mi corazón que de vez en cuando me molestaba, pero a la que apenas prestaba atención. Mis sentidos estaban centrados en el reto que supone criar a un niño de 2 años: las rabietas, el control de esfínteres, los logros, las dudas ligadas a cada etapa.
De la noche a la mañana, mi hijo empezó a resistirse a la hora de ir a dormir: hasta entonces, su padre y yo nos turnábamos para hacerle mimos hasta que se quedaba dormido, pero a partir de aquel día eso dejó de ser suficiente. Cuando estaba a punto de cerrar los ojos, mi hijo cambiaba de postura, se levantaba, se sentaba en la cama, se ponía de pie, hacía lo que fuera con tal de no dormirse. Nuestro ritual nocturno, que solía durar unos quince minutos aproximadamente, de pronto llegó a alcanzar las dos horas.
El veredicto del entorno fue unánime: la culpa era mía, porque había malacostumbrado a mi hijo y ahora me estaba tomando el pelo. También parecían coincidir en la solución: acompañarle a dormir era malísimo, tenía que dejarle llorar. Lo primero me pareció un disparate y lo segundo una aberración; me dije a mí misma que tenía que haber otra forma de hacerlo, y me lancé a la Red en busca de respuestas.
Así fue como encontré el foro de Dormir sin llorar, y un mundo nuevo se abrió ante mí. No conseguí resolver el "problema" de mi hijo, que remitió espontáneamente con el tiempo, pero me permitió descubrir la crianza con apego. Comprendí que no era blanda ni débil por no dejar llorar a mi hijo o no educarle a base de cachetes, estaba haciendo lo correcto, y sobre todo, pude comprobar que existía gente que pensaba como yo, profesionales cuyas teorías coincidían con mi manera de hacer las cosas. Ese descubrimiento no cambió mi manera de actuar, pero me fortaleció, me dio alas, me ayudó a seguir haciendo con la cabeza bien alta lo que hasta entonces había hecho sintiéndome culpable.
Mi reconciliación con la lactancia se produjo de forma paulatina. Gracias a un mensaje que leí en el foro, me interesé por el libro Mi niño no me come de Carlos González y decidí comprarlo. Encontré en él una simple mención a la lactancia a demanda que derribó por completo la teoría de las tres horas que había dominado mi mente hasta entonces. Decidí seguir ese hilo para ver adónde me llevaba y tuve la oportunidad de contar, aunque demasiado tarde para mi niño, con información correcta, actualizada e imparcial.
Esa información reabrió las viejas heridas y de repente me sentí como si me hubieran amputado una pierna y acabara de descubrir que habría sido suficiente con cambiar de zapatos. Hasta entonces, había atribuido el fracaso de mi lactancia a una especie de mal karma, una combinación de problemas de índole físico y psicológico: la muerte de mi madre que me había cortado la leche, una maldición hereditaria (mi madre apenas pudo darme el pecho), un bebé grandote que necesitaba más leche que la que yo alcanzaba a producir.
A medida que seguía informándome, mis sentimientos cambiaban de rumbo: yo no había dado al traste con mi lactancia, me la habían robado. Ya no me sentía desdichada, sino engañada, estafada.
Si los médicos del hospital no hubieran atiborrado a mi hijo a glucosa, si me hubieran explicado cómo dar el pecho en vez de cómo preparar un biberón, si me hubieran dado apoyo y no un bote de leche, si mi suegra y mi amiga no me hubieran insistido en que yo no podía dar de mamar, si el pediatra me hubiera ayudado a relactar en vez de poner el último clavo en el ataúd de mi lactancia, si hubiera sabido de la existencia de grupos de apoyo, las cosas habrían podido ser muy distintas. Quizás nunca hubiera conseguido prescindir de suplementos, pero con toda seguridad habría conseguido dar el pecho durante más tiempo, habría podido disfrutar de esa experiencia en vez de vivirla como una tortura, un recuerdo constante de mi incapacidad.
Estaba todavía intentando encarrilar la ola de sentimientos que estas nuevas implicaciones generaban en mí cuando me volví a quedar embarazada.
Continúa en Heridas cicatrizadas V - Remontando el vuelo
Es horrible que hayas tenido que sufrir de esa forma. Pero indudablemente has recorrido un camino y has conseguido criar a tu hijo siguiendo tu instinto a pesar de todo.
ResponderEliminarUn besote enorme
En realidad, esa fue la parte que más me hizo sufrir, cuando entendí que el fracaso no era inevitable, que había otra forma de hacer las cosas. Ya lo tengo asumido, fue parte del camino, pero me costó.
EliminarBesos.
Todo ese cúmulo de circunstancias es con el que tenemos que luchar la mayoría, se hace muy duro, como te pasó a ti no siempre se consigue...son tantas las lactancias robadas.
ResponderEliminarSon tantas las mamás y sus bebés que han perdido esta experiencia, suerte tu después de todo que has sabido darte una nueva oportunidad.
Campoena, un beso
Tienes razón, ocurre a menudo, sin embargo habitualmente solo nos enteramos de las historias con final feliz.
EliminarBesos.