Recientemente ha llegado a mi facebook un "decálogo", supuestamente escrito por el juez de menores Emilio Calatayud, en el que se recomiendan los pasos a seguir para convertir a tu hijo en un delincuente juvenil.
No pretendo analizar ni criticar su labor como juez, sin embargo creo que este señor (al igual que muchos otros que se convierten en personajes mediáticos) ha cometido el error de difundir sus opiniones e idiosincrasias personales disfrazándolas de consejos de experto, amén de que una persona que afirma públicamente que confundir un cachete con maltrato es una tontería está incitando públicamente a cometer un delito, ni más ni menos que si un economista dijera que es una tontería confundir la sustracción de una cartera con un robo.
No soy experta en leyes, ni psicóloga, pero en mi opinión, la práctica totalidad de los menores delincuentes tiene que haber sufrido algún tipo de abuso o carencia en su infancia: obviamente, no se trata de utilizar este argumento para justificar las conductas delictivas, pero el primer paso para erradicarlas debería ser tratar de entender por qué se producen, y corregir los factores que las han hecho posibles.
Supongo que esta teoría no vende, o por lo menos el juez Calatayud prefiere aportar un enfoque - a mi juicio - más demagógico y simplón.
A continuación os detallo el famoso decálogo: en cursiva, los consejos del insigne juez, seguidos por mis propias opiniones, lógicamente igual de rebatibles que las de cualquiera.
Imagen: Gavel, de Salvatore Vuono www.freedigitalphotos.net |
1. Comience desde la infancia dando a su hijo todo lo que pida. Así crecerá convencido de queel mundo entero le pertenece.
Si por "darle todo lo que pida" entendemos sobrecargar al niño de caprichos materiales, estoy de acuerdo: el materialismo desenfrenado me parece peligroso. Más peligroso aún me parece comprarle un juguete a un niño para suplir la falta de tiempo, o de ganas. Un niño pequeño no suele desear cosas materiales, lo que desea es cariño, atención, dedicación y tiempo: si no los recibe, es posible que con el tiempo intente compensar esa carencia acumulando pertenencias de forma casi compulsiva. El error es que tendemos a pensar que esos niños han sido excesivamente mimados y que su problema es que nunca se les ha negado nada, cuando en realidad se trata de todo lo contrario.
Si por "darle todo lo que pida" entendemos sobrecargar al niño de caprichos materiales, estoy de acuerdo: el materialismo desenfrenado me parece peligroso. Más peligroso aún me parece comprarle un juguete a un niño para suplir la falta de tiempo, o de ganas. Un niño pequeño no suele desear cosas materiales, lo que desea es cariño, atención, dedicación y tiempo: si no los recibe, es posible que con el tiempo intente compensar esa carencia acumulando pertenencias de forma casi compulsiva. El error es que tendemos a pensar que esos niños han sido excesivamente mimados y que su problema es que nunca se les ha negado nada, cuando en realidad se trata de todo lo contrario.
Cuando yo era niña, mi padre tenía dos trabajos, uno de lunes a viernes y otro de fines de semana y festivos. No culpo a mi padre por hacerlo, ni a mi madre por permitirlo, pues intentaron de buena fe darme lo que les había faltado en su infancia; de lo que sí les culpo es de no haberme escuchado. He perdido la cuenta de las veces que tuve que oír que gracias a ese segundo trabajo mis padres podían pagar mi ortodoncia, las clases de inglés o el viaje anual; del mismo modo que he perdido la cuenta de las veces que les contesté que habría renunciado encantada a todos esos lujos a cambio de poder contar con la presencia de mi padre en la comida de Navidad o en la función del colegio. Incluso acabé por hacer lo que suelen hacer los niños en ese tipo de situación, es decir, romper mi hucha y llevarle a mi padre el puñado de moneditas que había conseguido ahorrar para que se las quedara y me ofreciera a cambio su tiempo; huelga decir que no sirvió de nada.
Mi padre acabó dejando el segundo trabajo cuando yo tenía 14 años, demasiado tarde para disfrutar de una sesión de mimos los fines de semana, una guerra de cosquillas o una simple tarde en el parque.
Los juguetes, los regalos, los caprichos pueden esperar; por desgracia, el tiempo perdido no volverá nunca.
2. Reídle todas sus groserías, tonterías y salidas de tono: así crecerá convencido de que es muy gracioso y no entenderá cuando en el colegio le llamen la atención por los mismos hechos.
Las groserías, tonterías y salidas de tono no suelen ser comportamientos innatos; quiero pensar que si un niño ha adquirido esas costumbres en edad preescolar, será porque las ha visto y oído en algún sitio, presumiblemente en casa, en boca de sus padres o de quienes se encargan de educarle. Sería más lógico decir que los niños suelen aprender de lo que ven, y alertar a continuación a los adultos a intentar cuidar, en la medida de lo posible, sus formas y su lenguaje; pero parece que el juez Calatayud considera más efectivo reñir o castigar a un niño por hacer lo mismo que otros hacen a su alrededor.
3. No le déis ninguna formación espiritual: ¡ya la escogerá él cuando sea mayor!
Por lo que he podido leer, D. Emilio Calatayud es una persona de profundas convicciones religiosas, y posiblemente ha elegido la palabra "espiritual" por considerarla políticamente más correcta y aceptada por un público más amplio que si hubiera dicho "católica". A mi entender, viene a significar lo mismo, por lo menos si nos regimos por lo que declara en las entrevistas (a saber, que los valores de la religión católica son "muy buenos", que si la Iglesia - entendida como institución - ha logrado sobrevivir durante 20 siglos "por algo será" y que le preocupa el laicismo imperante en la sociedad contemporánea).
Para añadirle un toque de humor, supongo que su defensa del cachete será el equivalente terrenal de la recomendación evangélica de ofrecer la otra mejilla.
Ahora en serio, y sin ánimos de ofender las creencias de quiénes me puedan estar leyendo, no entiendo qué problema hay en cuestionar las cosas: al contrario, a mí me parece una actitud sana, señal de pensamiento crítico.
Si yo le digo a mis hijos que yo creo en tal cosa, y que ellos tienen que creer en lo mismo porque es la única manera correcta de ver la vida, me temo que no les estoy formando espiritualmente, más bien les estaré adoctrinando. Cuando una dictadura (ya sea de corte político o religioso) adopta una única línea de pensamiento nos parece un intolerable atropello de los derechos humanos; en cambio, si los afectados son niños, es un bonito ejemplo de "formación espiritual".
4. Nunca le digáis que lo que hace está mal: podría adquirir complejos de culpabilidad y vivir frustrado; primero creerá que le tienen manía y más tarde se convencerá de que la culpa es de la sociedad.
En realidad, con este punto estoy de acuerdo en parte. Educar implica necesariamente corregir las conductas inadecuadas; sin embargo, el tema de la frustración me chirría bastante, porque suele conllevar la idea de que es buenísimo que los niños aprendan a tolerar la frustración, y por tanto debemos propiciar esas ocasiones, imponiéndoles límites caprichosos, absurdos y arbitrarios.
5. Recoged todo lo que vaya dejando tirado: así crecerá pensando que todo el mundo está a su servicio; su madre la primera.
Es más probable que un niño aprenda a ser ordenado si sus padres también lo son; exigirle que su habitación esté impecablemente recogida cuando la nuestra es todo lo contrario se me antoja un poco incongruente.
6. Dejadle ver y leer todo: limpiad con detergente, que desinfecta, la vajilla en la que come, pero dejad que su espíritu se recree con cualquier porquería. Pronto dejará de tener criterio recto.
Sinceramente, esta frase me produce urticaria, me ha recordado la novela 1984 de George Orwell.
He sufrido un exceso de autoridad durante mi infancia, y más adelante las secuelas del mismo, y aún así puedo decir que mis padres nunca jamás censuraron lo que veía y leía. Es una actitud bastante contraproducente, pues la mejor manera de tener un "criterio recto" es comprobando que existen muchas formas de pensar, y quedarnos con lo bueno que pueda haber en cada una de ellas a la vez que deshechamos lo malo.
He sido lectora empedernida durante mi infancia y mi adolescencia, y en mis manos ha caído absolutamente de todo, desde el Mein Kampf de Hitler hasta el mismísimo Kama Sutra (dicho sea de paso, nunca he sido neonazi a pesar de que semejante lectura podía haberme alejado de la rectitud moral; en cuanto al Kama Sutra, os diré que las famosas posturas ocupan un par de páginas a lo sumo, por lo demás se le puede considerar un manual de buenos modales). Si nos imponen "desde arriba" nuestras lecturas y aficiones, nos prohíben lo normal, es probable que caigamos en la anormalidad.
7. Padre y madre discutid delante de él: así se irá acostumbrando, y cuando la familia esté ya destrozada lo encontrará de lo más normal, no se dará ni cuenta.
Si bien no me parece acertado recurrir a la agresividad verbal delante de los niños (ni detrás), considero que la familia somos todos, y una discusión constructiva y pacífica no tiene por qué llevar al destrozo.
Un matrimonio puede fracasar por las razones más variadas, y creo que un niño ya tiene bastante con intentar superar la separación de sus padres como para culparle por su forma de ver la situación.
8. Dadle todo el dinero que quiera: así crecerá pensando que para disponer de dinero no hace falta trabajar, basta con pedir.
Dados los tiempos que corren, para muchos padres será materialmente imposible darles a sus hijos todo el dinero que quiera.
9. Que todos sus deseos estén satisfechos al instante: comer, beber, divertirse,…¡de otro modo podría acabar siendo un frustrado!
Pues yo cuando tengo sed voy a por agua; cuando tengo hambre, pico algo aunque no sea la hora establecida. Pero yo soy mayor de edad, si no lo fuera, habría que emplear un doble rasero.
10. Dadle siempre la razón: son los profesores, la gente, las leyes… quiénes la tienen tomada con él.
Otra frase que se las trae... No se trata de dar la razón ni de quitarla, sino de analizar la situación de forma objetiva. Si el día de mañana uno de mis hijos tiene un conflicto con un adulto y considero que no tiene razón, así se lo haré saber a todas las partes implicadas: opino que lo importante no es no equivocarse sino ser capaces de recapacitar y rectificar cuando eso ocurre. Lo que no voy a hacer es quedarme callada ante una injusticia por miedo a "desautorizar" al adulto de turno, concepto que por desgracia está muy de moda.
Un niño acostumbrado a ser regañado cada vez que le lleva la contraria a un adulto acabará por perder la confianza en sus progenitores y no acudirá a ellos ni siquiera en casos graves, como puede ser por ejemplo un abuso sexual, porque pensará de entrada que sus padres no le defenderán. Puede parecer descabellado pero os aseguro que no me lo invento.
“Y cuando su hijo sea ya un delincuente, proclamad que nunca pudisteis hacer nada por él”.
Sin comentarios.