Confieso que al escribir la entrada anterior, acerca del caso de Habiba, sentí miedo. Si la lactancia a demanda e intentar construir una relación materno-filial basada en el cariño y el apego fueran razones de peso para privar a una madre de su bebé, más de una y más de dos acabaríamos en la lista negra de las madres en peligro de perder la custodia de sus hijos.
Quiero pensar que el caso de Habiba ha sido un monstruoso error administrativo, una aberración que ya no se va a repetir, una tremenda injusticia que será reparada con prontitud (espero). Porque de lo contrario, miedo me da que el estado, o quien por él, se crea con derecho a husmear en nuestra cotidianidad y decidir si nuestra forma de hacer las cosas es acorde a la corriente dominante.
Bastante tenemos ya con escuchar y rebatir las opiniones, a menudo no solicitadas, de familiares que quieren imponernos como ley de vida las recomendaciones de hace treinta años, de la vecina del quinto que piensa que lo que hacía con su hijo es de aplicación universal para toda la población infantil, de las docenas de expertos de todo tipo, con y sin cualificación, que salen de debajo de las piedras para decirnos cómo tienen que comer o dormir nuestros hijos, cada cuánto tienen que ir al baño o lo que tenemos que hacer en caso de rabietas.
Nos quieren proponer una educación rígida y encorsetada, donde todo esté bajo control y sometido a un sinfín de normas y reglas (por no mencionar los tan cacareados límites). Pienso en eso e imagino una familia como las de los anuncios, una casa impoluta donde la mamá pasa la aspiradora con zapatos de tacón mientras los niños, repeinados y vestidos con la ropa de los domingos, esperan tranquilamente sentados en el sofá a que se les dé permiso para ir a su habitación a jugar mientras esperan a que llegue el papá para saludarle con una sonrisa.
Pues yo no quiero un mundo así, prefiero una casa patas arriba, cojines de todos los colores tirados por el suelo, juguetes que aparecen en el lugar menos pensado, la cama sin hacer porque siempre hay alguien en ella, una cama que es el centro neurálgico de la vida familiar, un lugar donde dormir, amar, comer, jugar y hablar. Prefiero una mamá con chandal y coleta que se tira al suelo para hacer puzzles y carreras de coches, que cuando pierde los estribos es capaz de pedir perdón, que olvida el reloj y mide el tiempo escuchando los latidos de su corazón. Prefiero unos niños sudados de tanto correr, que montan en bici por el pasillo y patinan por el salón, que pintan en la pared y después ayudan a limpiarla, unos niños inquietos, despeinados y con las mejillas enrojecidas por el esfuerzo y la alegría. Prefiero un papá que nada más llegar a casa tira el maletín al suelo y se pone a jugar a las cosquillas mientras se le iluminan los ojos de felicidad.
Easter rabbit in grass, de patou www.freedigitalphotos.net |
Recuerdo que una vez, cuando era pequeña, en ocasión de una regañina mi padre me dijo que yo necesitaba disciplina, y le contesté: la disciplina es buena para los soldados, pero el mundo lo cambian los pensadores. Enmudeció, no sé si por la prontitud de mi respuesta o por la declaración de intenciones que se escondía tras ella.
He tratado de hacer de ella mi bandera: hace mucho que he entendido que no puedo cambiar el mundo, pero puedo negarme a que el mundo me cambie a mí. Quiero que el día de mañana mis hijos recuerden su infancia como una etapa que ha merecido la pena vivir.
No quiero que me enseñen rutinas y trucos para vivir mi maternidad desde la distancia, el desapego y el autoritarismo. Reivindico mi derecho a vivir mi vida como yo he elegido vivirla, no quiero un páramo aséptico vacío de sentimientos, prefiero mil veces mi desorden, mi mundo imposible con sorpresas detrás de cada esquina, donde las heridas se siguen curando con un beso.
Me uno a tus deseos. Yo también soy mamá con chandal y coleta, que a veces sale a la calle sin lavarse la cara. Pero una mamá feliz.
ResponderEliminarMe ha llegado, sobre todo, la frase "no puedo cambiar el mundo, pero puedo negarme a que el mundo me cambie a mí". Ojalá hubiese más mamás que pensasen así.
Un beso.