Imagen: 3D chain breaking, de David Castillo Dominici http://www.freedigitalphotos.net |
Antes de ser madre, yo era de las que decían que dejaría al bebé con los abuelos para irme una semanita de viaje con mi marido de vez en cuando. Sumergida en la autocomplacencia, lo argumentaba diciendo que un hijo no me iba a cambiar la vida, pero las razones reales, esas que acechaban ocultas tras mi coraza, eran más profundas.
Mi madre recibió una crianza bastante machista: no tanto como podía haberlo sido, no tanto como la de muchas amigas y primas suyas, pero aún así la igualdad brillaba por su ausencia. Le dejaron claro desde el principio que ningún hombre tenía derecho a ponerle la mano encima, ni a considerarla inferior por el simple hecho de ser mujer, pero al mismo tiempo fue víctima de ese machismo sutil y no por ello menos dañino: le inculcaron la tácita aceptación de que ser esposa y madre iba a ser su único objetivo en la vida, le transmitieron un trasnochado sentido del deber según el cual su obligación iba a ser servir a los demás miembros de la familia, la animaron a renunciar a sus aficiones y a sus propios intereses para cumplir con sus obligaciones de esposa y madre de familia.
Para mí quiso otra cosa, pero desgraciadamente no supo hacer con su vida otra cosa que la que habían previsto para ella: realmente renunció a muchas cosas por mi padre y más adelante para mí. Renunció a trabajar fuera de casa, a tener aficiones y horizontes más allá de la familia.
A mí me lo contaba, me explicaba como se echó a llorar cuando se dio de baja del trabajo cuando estaba embarazada de mí, porque sabía que no iba a volver y cerraba definitivamente una etapa de su vida; me decía que había dejado de ir a conciertos de música clásica porque a mi padre no le gustaba o que le llegó un momento en el que renunció a tener más hijos porque yo daba mucho trabajo.
En los momentos buenos, todas estas historias significaban fíjate hasta dónde puede llegar el amor de una madre; pero en los momentos malos, se traducían más bien en mira a todo lo que he tenido que renunciar por tu culpa.
Años después, me di cuenta de que algunas de esas renuncias las había hecho a regañadientes, por presión social, por miedo al juicio ajeno, o simplemente porque era lo que se esperaba de ella. Creo que mi gen rebelde y contestador nació en ese momento, porque empecé a darme cuenta de que prefería equivocarme pensando con mi propia cabeza que acertar por hacer caso a los demás.
Decidí que el día que tuviera hijos no les cargaría jamás con el peso de una decisión que ellos no tomaron, y pensé que la forma más lógica de conseguirlo sería no renunciar a nada que me hiciera feliz. Me convertí en una acérrima defensora de la teoría del tiempo de calidad, convencida de que a mis futuros hijos les iba a beneficiar más verme menos tiempo, pero feliz y realizada, que tenerme todo el día en casa amargada y descontenta.
Mis teorías se fueron al traste en el mismo instante en que me pusieron en brazos por primera vez a mi hijo recién nacido: le miré, al principio con curiosidad, porque durante 9 meses había intentado imaginar qué aspecto tendría; pero luego la oxitocina y la emoción del momento hicieron el resto. Contemplé a mi bebé, lo mejor, lo más perfecto, quizás lo único bueno que había hecho en la vida hasta ese momento y entendí que con él y por él no habría renuncias: en ese momento empecé a quererle con cada fibra de mi ser, y simplemente supe que por él iría hasta el infinito y más allá.
Hasta la fecha, he sido fiel a mis principios: no he renunciado a nada a lo que no quisiera renunciar. He dejado de lado algunas aficiones y costumbres que tenía antes, pero ha sido totalmente voluntario; simplemente he cambiado, y por ejemplo ya no me apetece salir a bailar hasta las tantas, igual que en su día dejé mis juegos de niña porque ya había superado esa etapa.
Sigo siendo bastante impermeable a la presión social, de hecho no suelo hacer caso a los consejos no solicitados, sobre todo si están reñidos con mi instinto. Me da un poco igual lo que los demás consideren correctos y he llegado a la conclusión de que las únicas personas con derecho a juzgar mi manera de educar a mis hijos son ellos mismos.
Los viajes siguen siendo una asignatura pendiente. Me encanta conocer países lejanos, pasear por una playa de arena tan blanca y fina como la harina, disfrutar de un amanecer de colores aquí desconocidos; pero lo volveré a experimentar más adelante, porque mis niños todavía son pequeños para soportar tantas horas de avión.
Ya no queda ni rastro de mi propósito de irme a solas con mi marido: mi corazón no está encadenado, sino fusionado con el de ellos; no me he anulado como persona, al revés, he crecido, he evolucionado, he dejado de mirarme el ombligo, mi marido y mis hijos, mi pequeña tribu, me han descubierto el verdadero sentido de la vida.
Con ellos, por ellos y para ellos he conseguido romper las cadenas.
Cómo te entiendo, qué bien lo has explicado. Ese cambio que experimentamos al hacernos madres, no importa que esa en el momento de la concepción,, durante la gestación, en el parto o más adelante, pero cuando lo "sufrimos" no volvemos a ser las mismas. Ni mejores ni perores, quizás mejores si, sólo distintas.
ResponderEliminarUn beso
Me hiciste llorar! En el buen sentido. No porque sea una frustrada sino porque estoy pasando por cosas parecidas y nunca pense que seria asi.. Cuando estaba embarazada pense que ser madre era algo muy distinto y que seguiria haciendo muchas cosas para nunca decirle 'deje esto por vos' a mi hija. Ahora se que muchas cosas ya no kiero hacerlas si el precio es una lagrima de mi beba y tambien se que otras si, a su tiempo.. de a poquito! Muy lindo el texto!
ResponderEliminarHola guapa!
ResponderEliminarNavegando por distintos blogs descubrí el tuyo y me encantó esta entrada :) Yo siempre he pensado que la vida son etapas y que cada una nos aporta algo distinto, nos enriquece y nos ayuda a crecer como personas. Creo que al entrar en la etapa de la maternidad, simplemente dejamos de hacer muchas cosas que hacíamos antes (como salir de fiesta o a cenar) por voluntad propia, porque lo que más queremos es estar con nuestros hijos. Llegará el día en que ellos se vayan, en ese momento empezará una nueva etapa, en la que, de una forma distinta, volveremos a "disfrutar" en exclusiva de nuestras parejas y de nosotras mismas.
Un fuerte abrazo!
http://aprendiendoasermama-milaymateo.blogspot.com
Gracias a todas, y perdonad el retraso en la respuesta, a veces se me acumula la faena.
ResponderEliminarUn beso.
P.D.: Mila, te debo una visita virtual ;-)
Hermosa entrada!!!! Es increíble como nos cambia la maternidad. Yo siempre pensé que las mujeres que se dedicaban en exclusiva a la maternidad lo hacían sacrificánse ellas mismas y ahora que soy madre full time me doy cuenta que el estar con los hijos en exclusiva es una opción tan válida como salir a trabajar y que las mujeres que lo hacen realmente lo sienten. Lo importante es tomar las decisiones con el corazón y en libertad de elección. Yo cre que solo así se está libre de recentimiento y culpa.
ResponderEliminarUn beso!!!!!