El último día que fui a la oficina, el pelo me llegaba justo debajo de los hombros; a finales de verano, cuando me reincorpore al finalizar la excedencia, me rozará el trasero. A lo largo de estos dos años y medio he engordado lo que no está escrito, me depilo cuando me acuerdo y al mirarme al espejo veo arrugas y canas que antes no tenía: en resumen, me he embrutecido.
Nunca he sido una persona especialmente arreglada, he seguido modas y tendencias solo en contadísimas ocasiones, sin embargo en otro tiempo, en otra vida, solía salir a la calle con el bolso a juego con los zapatos, las uñas perfectamente pintadas y pendientes del mismo color que la ropa.
Ahora mi armario está compuesto, como mucho, por una docena de prendas que no conjuntan necesariamente entre sí: llevo años sin comprarme prácticamente nada, porque pensé que conseguiría perder peso, porque vivimos con un solo sueldo, porque tengo cosas más importantes en la cabeza. No necesito ponerme de punta en blanco para ir al parque o a la frutería, unas zapatillas o unas botas militares son el calzado más cómodo para perseguir a unos niños que corretean por la calle como potrillos, una simple coleta es suficiente para mantenerme el pelo alejado de la cara a pesar de no ser estéticamente muy atractiva y si no he tenido tiempo de pintarme las uñas, confío en que nadie se va a fijar.
Sin embargo, dentro de unos meses deberé salir de mi burbuja para volver a formar parte, digamos, del mundo real: no trabajo de cara al público, no se me exige una elegancia exquisita, pero tengo que ir mínimamente presentable, y me temo que el chándal no entra dentro de los atuendos que la empresa considera adecuados.
Poco a poco estoy empezando la transformación: trato desesperadamente de perder algo de peso (estoy a dieta día sí y día no, me cuesta horrores ponerme a ello), me hago una mascarilla una vez por semana y me he enganchado a tutoriales de youtube donde unas chicas se hacen unos peinados con una habilidad que nunca seré capaz de adquirir. En verano intentaré acabarla, aprovecharé las rebajas para conseguir algún chollo, iré a la peluquería para reducir mi melena a una longitud envidiable pero aceptable, me volveré a teñir y a maquillar con cierta regularidad.
En realidad, espero con impaciencia la llegada del verano, pero por motivos completamente distintos: será el último verano que podré disfrutar enterito con mi marido y mis hijos; a partir del siguiente, tendremos que hacer malabares para compaginar las vacaciones escolares con nuestras respectivas obligaciones laborales, esforzarnos para cuadrar fechas y ver cómo nos organizamos para que los niños puedan disfrutar de sus vacaciones incluso en los días en que no nos podamos mover de casa.
El final del verano dará paso a muchos cambios, yo volveré a trabajar, mi hija empezará el colegio. El martes pasado fuimos a entregar el formulario de solicitud de plaza, y mientras lo firmaba me temblaba la mano: miro a mi niña y me doy cuenta de que ya no tengo bebé, ahora es una señorita que reclama su independencia, juega sola cuando quiere, elige y pela ella misma la mandarina que va a tomar de postre, viene corriendo a darme un abrazo o intenta trepar por la estantería para curiosear entre los libros y los juguetes de su hermano. Al mismo tiempo la veo tan pequeña, tan indefensa y me pregunto cómo reaccionará a esa repentina separación. Irá solo por la mañana, pero soy consciente de que es muy pronto y maldigo el sistema que hace posible una escolarización tan temprana.
De aquí a septiembre quedan casi ocho meses, tendrá tiempo de crecer y evolucionar; yo también, tendré tiempo de hacer cábalas, de hacerme a la idea, porque por desgracia no me queda más remedio, y no puedo arriesgarme a quedarme sin trabajo en los tiempos que corren.
De aquí a septiembre también hay tiempo suficiente para que maduren más proyectos, no digo más, pero a ver si el 2013 va a ser un año de transformación como promete.
Realmente va a ser un año de cambios! Los cambios son buenos muchas veces, asi que aprevechalos. Jeje. Es bueno cuidarse y mimarse, ir a la peluqueria o maquillarte de vez en cuando. No es por agradar al mundo sino para agradarte a ti misma y sentirte feliz. Dicen que quien se cuida por fuera se siente bien por dentro. Yo lo tengo comprobado! Asi que yo te animo a ello!! Jeje! Un abrazo
ResponderEliminarEstá bien cuidarse de vez en cuando. Yo soy de las tuyas ahora y cuando algún día consigo encontrar el hueco para depilarme o echarme colorete...me siento bien ;) No le doy importancia a esas cosas pero admito que en el centro está el equilibrio!
ResponderEliminarUn besote y ánimo en esta etapa
Tenéis toda la razón, pero me da una pereza horrorosa... en realidad, intento cuidarme mínimamente, pero como en realidad no suelo frecuentar sitios donde se me exija ir arreglada, acabo por pasar del tema directamente.
ResponderEliminarDebería plantearme como propósito de año nuevo, volver a parecerme a un ser humano, jeje.