viernes, 16 de marzo de 2012

Lágrimas de orgullo

Anoche, 22:30 aprox.
A mi niño se le acaba de caer su primer diente. Ha sido, como diría una amiga mía, un pedacito de justicia cósmica, dada la expectación que le producía este acontecimiento.
Llevaba meses revisándose los dientes con la esperanza de que se le moviera alguno, explicándome que a su amiga María ya se le habían caído tres y a él, que es el segundo mayor de la clase, todavía ninguno (me dijo textualmente que lo consideraba extremadamente injusto).
Finalmente, el viernes pasado cuando fui a recogerle al colegio, me anunció triunfante que unas horas antes se le había empezado a mover un diente.
Desde entonces, el estado de su pieza dental se ha convertido en el tema estrella en casa y en su clase, pues por lo visto las conversaciones de sus amigos giran en torno al mismo argumento: a este se le cayó un diente, a ese dos, el otro decía que se le movía uno pero era mentira y así sucesivamente.
Antes, mientras cenaba, el diente le sangró un poco y se asustó porque le dolía; al rato se le pasó y más tarde, mientras se cepillaba antes de ir a dormir, me informó con entusiasmo que se le acababa de caer. Lo primero que hicimos fue sacar la cámara para inmortalizar su nueva fisionomía; lo segundo, guardar el diente en la mesilla de noche debajo de un vaso esperando la inminente visita del Ratoncito Pérez.
Nos ha pedido, a su padre y a mí, que nos vayamos a la cama pronto y que no hagamos ruido, no vayamos a asustar al generoso roedor.
Así que aquí estoy, delante del ordenador, recordando con ternura su nueva sonrisa desdentada mientras derramo silenciosas lágrimas de orgullo. Su diente es el último eslabón de la cadena de cambios que me anuncian que mi niño poco a poco va haciéndose mayor.
Estoy orgullosa, pero a la vez me siento nostálgica: me ocurrió lo mismo cuando dejó el pañal, cuando empezó el colegio, cuando aprendió a caminar, en un sinfín de otras ocasiones. Sin embargo, esta vez el puntito de dolor que acompaña su evolución es un poco más punzante, quizás porque el cambio es físico, tangible.
Cada variación del estado anterior me recuerda lo breve que es la vida, lo rápido que pasa el tiempo. Echo la vista atrás y desearía poder retroceder en el tiempo para rectificar las veces que no he tenido suficiente paciencia, para tragarme los gritos que se me han escapado en ocasiones, para volver a jugar con menos prisas y más interés, para volver a disfrutar todos y cada uno de los momentos importantes.
Sin embargo, sé que no puedo volver atrás pero puedo seguir adelante, puedo (y quiero) seguir acompañándole en cada una de las etapas futuras, maravillarme ante los sucesos más cotidianos, saborear esa magia que impregna mi vida desde que la veo a través de sus ojos.

Esta mañana
Cuando me fui a dormir, estaba algo melancólica, no podía parar de reflexionar acerca de la infancia de mi hijo y de la mía propia.
De pequeña, la caída de mis propios dientes de leche nunca me hizo especial ilusión. En una foto tomada el día de mi quinto cumpleaños luzco un hueco en la encía inferior, pero por mucho que me esfuerce no consigo recordar si venía el Ratoncito Pérez, ni siquiera me acuerdo de lo que hacía con mis dientes en cuanto se caían, no parece haber sido un acontecimiento digno de mención. Y si lo ha sido, el tiempo ha borrado todos esos recuerdos.
Mi madre guardó todos mis dientes. Me los trajo mi padre hace no mucho, se puso a hacer limpieza en casa y se los encontró. Decidió entregármelos, porque al fin y al cabo eran algo mío, pero tras pensármelo un poco los tiré, porque ya tengo bastantes trastos acumulados como para añadir también un pañuelo con mis piezas dentales. Me desprendí de aquel recuerdo mío aunque agradecí el cariño con el que mi madre lo atesoró durante el resto de su vida.
Esta mañana no nos ha hecho falta el despertador, pues ha tocado diana antes de las 07:00 para comprobar si el Ratoncito Pérez se había llevado su diente. Se lo ha llevado, y le ha dejado unas moneditas a cambio, que esta tarde "invertiremos" en un gormiti junto con el resto de sus ahorros.
Su diente reposa ahora en una cajita en mi joyero, oculto en el estante más alto del armario. Joya entre las joyas, comparte protagonismo con la pulsera identificativa que le pusieron en el hospital nada más nacer, con el primer mechón de pelo que le corté, con todas las piedras miliares que guardo como oro en paño y que paulatinamente me acercan al fin de su infancia.

6 comentarios:

  1. Enhorabuena a Elías... su tan ansiada caida del primer diente llegó.

    Que disfrute de ese Gormiti.

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    1. Gracias guapa... además dice que tuvo doblemente suerte, por el diente y porque el gormiti que le tocó es nada menos que Magor (justo el que quería9.

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  2. Felicidades !!. A Adrian está a pun to de caersele el primero y no para de moverselo. Tenemos mucha ilusión. Ainns que rapido crecen. besitos

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    1. ¡Qué mayores se nos hacen! Espero que Adrián disfrute con la visita del Ratoncito Pérez. Un beso.

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  3. Querida Kim, cuando creces dejas cosas atrás pero todavía os queda mucho por recorrer, y será fantástico.
    Un besote

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    1. Claro que sí... lo que ocurre es que intento disfrutar del viaje, pero en ocasiones tengo la sensación de que el tren va demasiado rápido. Un beso.

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